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Corrupción: ¿por qué a nosotros no?

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Por Esteban Valenti (*)

Hay que hacerse las preguntas más incomodas, de lo contrario, las lecciones de la política y de la historia no sirven para nada y la autocrítica es un ejercicio intelectual vacío.

Cualquiera, en cualquier posición del espectro político que considere que está vacunado contra la corrupción y el uso inapropiado del poder, está destinado al fracaso y a un triste destino. Por eso es importante la pregunta qué formulo en el título y otras subsiguientes: ¿es posible superar la dura prueba del poder sin caer en las ciénagas de la corrupción y el abuso de funciones?

Y la respuesta más común, sobre todo en esta época, es que el poder siempre corrompe e incluso más general, la política siempre, al final tiene que  ver con la corrupción del poder.Es una respuesta falsa, superficial y engañosa, es el mejor argumento para justificar a los corruptos, es el argumento supremo de los propios corruptos. Como si la corrupción fuera una fatalidad del propio poder y de la naturaleza humana. Lo repito, es falso.

Las fuerzas progresistas, la izquierda nacieron hace 230 años entre otras cosas para combatir esa corrupción del poder, con el dinero, con el tiempo de la gente, con la libertad, con los derechos, con la convivencia social y basada en las injusticias y el poder. Y nacieron bajo una consigna que resumía los valores supremos que siguen plenamente vigentes: Libertad, fraternidad e igualdad. En 1789 parecían una utopía imposible, un sueño, casi un delirio, pero fueron y siguen siendo la bandera de los justos, de los decentes, de los que se comprometen con los derechos básicos de la gente.

Comencemos por allí. Para combatir la corrupción hay que desentrañar sus causas, sus bases ideológicas y culturales y combatirlas no desde una moralidad simplona, sino desde el más profundo sentido de las democracias y de las repúblicas. Porque aún la más constitucional de las monarquías, tiene un resabio de abuso de poder, para colmo hereditario.

Cualquier grupo político que realmente quiera combatir siempre, en forma constante, desde la crítica en el llano, o desde el poder a los diversos niveles la corrupción en todas sus manifestaciones, debe librar una constante batalla ideológica, contra la avaricia, contra el individualismo, por la fraternidad, contra las lacras humanas y a favor del servicio al prójimo, a los semejantes, a los más débiles. No se puede congeniar la lucha por una distribución más justa de la riqueza, una igualdad de oportunidades, cuando desde el poder se lo usa de la manera más infame, para apropiarse de los recursos que se obtienen del trabajo de todos.

El primer factor que nos protege y nos debe proteger siempre contra la corrupción no es una decencia abstracta, sino una lucha constante por los ideales, por las ideas y la cultura de la decencia y la fraternidad. Son valores inseparables.

Los que quieran apelar a los valores religiosos, a una moral religiosa, naturalmente que tienen todo el derecho, pero un partido o un grupo político que se proclama laico, debe construir y vigilar sus ideas de decencia en sus valores, en sus ideales.

La demostración más clara de que fue precisamente esa carencia, la que se abrió el agujero por el cual se precipitaron los ideales de la izquierda actual en el poder hasta limar su propia identidad, fue el predominio y la expansión de otra ideología, la que proclama y actúa basada en el concepto de que para ocupar y preservar el poder todo vale, y que en definitiva la derrota de los "otros" es justificación suficiente incluso para ser inmoral y corrupto. Esa es por ejemplo la ideología petrolera de Chávez y de Maduro e incluso de algunos por estas latitudes.

Pero solo con la lucha ideológica no alcanza, la probidad de los hombres y las mujeres, debe asentarse también en las instituciones, en las leyes, en los sistemas de control. Las propias convicciones ideológicas deben impulsarnos a establecer ese entramado jurídico, político, institucional que controle el ejercicio del poder. Y ese entramado se ha debilitado enormemente y nos pone cerca de otras naciones que chapotean estructuralmente en la corrupción. Nosotros todavía no llegamos, pero vamos por un mal camino, y viene de lejos, no es patrimonio de un solo partido, sino de los dos polos que ocuparon el poder. Blancos y colorados de un lado y el actual Frente Amplio.

Aprobar leyes que sean extremadamente duras con los corruptos, pasivos y activos, públicos y privados y que le brinden a la justicia las mejores condiciones para descubrir, probar y condenar a los corruptos. Mientras la batalla ideológica y cultural debe llevar a la condena ciudadana, al desprecio de los corruptos y los desviados del poder, las leyes y las instituciones deben descubrir, probar y condenar a los corruptos a muchos años de cárcel. Es tan grande el daño que le hacen a una sociedad que las condenas deben ser aterrorizantes. Porque los corruptos y corruptores, conocen perfectamente las leyes, las penas, los peligros y por ello su dureza es un elemento disuasorio muy importante.

Fiscales y jueces deben estar especializados y preparados para enfrentar este flagelo de las democracias y de la política. Y sus mecanismos de autocontrol institucional deben ser extremadamente rigurosos.

El parlamento y la vigilancia y atención de los ciudadanos sobre sus propios parlamentarios electos, en cuanto al rigor en la vigilancia y la lucha contra la corrupción y la inmoralidad es otro elemento clave. Y se expresa en la atención que los partidos le prestan a este tema, por encima incluso de los inmediatos intereses partidarios. Es fácil proclamar que primero está el país y la gente y luego los intereses sectoriales, el problema es cuando estos intereses entran en contradicción. Hay que estar alertas y cuidadosos de los valores de la política decente y de la república.

Un argumento terrible para debilitar todo esto es que el control enlentece todos los procesos y los largos plazos son imprescindibles para procesar las causas. Es falso, hay que establecer plazos perentorios, hay que exigir rigor y celeridad y hay que castigar la burocratización de la justicia y del control. La burocracia exacerbada es uno de los mejores aliados de la corrupción.

Además hay que prevenir y para ello es necesario reforzar las estructuras estatales y partidarias que controlen, con verdaderos poderes y no para llenar casilleros. ¿Qué importa si se observa un gasto y se lo reitera y se sigue adelante sin ningún problema? Es un ballet, más que un órgano de control.

Los tribunales de ética y conducta de los partidos deben ser observados y analizados por la ciudadanía y valorados o condenados de acuerdo a su severidad y seriedad en el control de las desviaciones.

 Hay otro elemento que influye de manera importante, la prensa, es decir la opinión pública bien informada. Las mentiras sistemáticas, debilitan esa capacidad de influencia de la buena prensa, de los buenos periodistas, de los que asumen una tarea de servicio a la comunidad y no de otros poderes o de su ego.

La prensa es insustituible en el ejercicio de la libertad y la libertad es el arma principal contra todas las desviaciones del poder. Siempre la tiranía y la dictadura se asocian a la corrupción. No hay ni hubo dictaduras decentes y probas. Al contrario, fueron oscuras y ocultaron los robos y las arbitrariedades, incluso en el Uruguay.

En resumen, las sociedades que aceptan explícita o implícitamente la lógica de que los políticos "hacen pero roban" y por ello no solo hay que convivir con esa lógica, sino que hay que premiarlos con el perdón o la vista gorda, están condenadas no solo a ser robadas y saqueadas, sino a algo mucho peor, a que lo que se robe arriba, se reproduzca en el desmadre del delito abajo y en el medio.

La inseguridad, lo repetimos a cada rato, es multicausal, pero no tengan dudas que entre las principales está el debilitamiento de la moralidad arriba y entre los que deben combatir el delito.

La primera batalla que se pierde con la corrupción, es la batalla cultural, y de allí se derivan luego todas las demás derrotas.

Y la peor derrota es la justificación y el acostumbrarse a la corrupción, porque además no tan al final, corrompe los ideales y ya no hay posibilidad alguna de que haya libertad, igualdad y menos fraternidad.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay


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