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El ejercicio del poder

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Por Bhaskar Sunkara (*)

Para la década de 1930, los socialistas franceses ya habían perdido buena parte de su base en la clase obrera industrial a causa de la escisión comunista. El partido parecía encaminarse a una vía reformista al socialismo, pero expresaba todavía sus metas en términos explícitamente marxistas.

Al reconstruir la infraestructura del Partido Socialista (SFIO, [Sección Francesa de la Interncional Obrera]) a lo largo de los años 20, su líder, Léon Blum, se enfrentó a la cuestión de por qué y en qué condiciones entraría un socialista en el gobierno. Distinguía entre el "ejercicio del poder" (llegar al gobierno para preparar las labores preliminares del socialismo) y la "conquista del poder" (el desmantelamiento real del capitalismo). Al final, Blum se decidió por la "ocupación del poder", para dejarlo fuera del alcance de los fascistas.  
 
Cuando el radical judío Blum se alzó al poder en 1936, el político antisemita Xavier Vallat elevó sus quejas: "Por vez primera, esta antigua tierra galo-romana la gobernará un judío". Justo antes de convertirse en primer ministro, una multitud derechista sacó a Blum de su coche y le golpeó casi hasta matarlo. Una fotografía suya, completamente vendado e hinchado, apareció en la portada de la revista Time el 9 de marzo de 1936.   

Con el nazismo en ascenso en Europa, en esos tiempos obscuros la "ocupación del poder" parecía un objetivo bastante noble para la coalición del Frente Popular. Ocupemos ahora el poder, y aunque no podamos conseguir las reformas que queremos, podemos impedir que la derecha socave las condiciones necesarias para una futura conquista del ejercicio del poder. 

Pero sucedió algo inesperado cuando el gobierno de Blum tomó posesión: se desataron las ambiciones de la gente trabajadora. No contentos con una resonante victoria electoral de los partidos del Frente Popular, los trabajadores se declararon en huelga, ocupando fábricas y paralizando la producción.  

Marceau Pivert, líder de la izquierda radical de la SFIO, proclamó que "todo es posible" en el nuevo entorno. Los dirigentes empresariales pidieron a Blum que restaurarse el orden. El resultado fue una serie de reformas, los Acuerdos de Matignon, que otorgaban a los trabajadores el derecho legal a la huelga, les facilitaban formar sindicatos y ofrecían grandes aumentos salariales. Consiguieron también seguros de desempleo y dos semanas de vacaciones pagadas. Exhaustos pero alborozados, hubo millones que acudieron en masa al campo y al mar por primera vez ese verano. La dignidad que estas reformas permitieron a los trabajadores resultaba innegable. Aunque fueran producto de la rebelión de las bases, no del programa de Blum, no se podrían haber podido aplicar sin el Frente Popular en el poder.

Por supuesto, el dilema de la socialdemocracia pronto se hizo evidente: el capitalismo no es una fortaleza que pueda rodearse y tomarse por asalto baluarte tras baluarte. Es un blanco móvil y dinámico. Resulta difícil mantener movilizados a los trabajadores una vez que se han logrado avances, y el capital tiene el poder estructural de minar esos avances.    

Tal como escribiría Léon Blum en Tribune poco antes de morir: "Acaso no haya tarea más difícil que la de un gobierno que trabaja en el marco de una sociedad capitalista y carece tanto del poder como del mandato de transformarlo completamente de un golpe".
 
Los incrementos de mayo y junio desencadenaron una contraofensiva empresarial en torno a la aplicación de las reformas. Ante una creciente inestabilidad política, los socios de clase media de la coalición de Blum abandonaron la lucha. El líder no tenía el apoyo ni la resolución para perseguir medidas más radicales. A Blum lo echaron del poder en poco más de un año.
 
Conociendo la historia, ¿por qué se interesa la izquierda socialista de los Estados Unidos por Bernie Sanders? Sus metas son socialdemócratas, a diferencia del socialismo reformista de Blum. Su elección no la saludaría ninguna ola comparable de militancia de clase trabajadora. Y su campaña no gozará del apoyo de una coalición de partidos radicales: ni siquiera disponemos de un solo partido que represente los intereses de los trabajadores.   

Pese a toda su resiliencia, las desigualdades del capitalismo todavía provocan resistencia. Miles de millones de personas se resienten de las injustas opciones que se les ofrecen. Pero en los Estados Unidos de hoy, carecemos de los tres ingredientes necesarios para casi cualquier avance socialista de los últimos 150 años: partidos de masas, una base activista y una clase trabajadora movilizada.
 
Sencillamente,  pese al prometedor revivir de las ideas socialistas, pese al reciente crecimiento de los Democratic Socialists of America, pese a la popularidad de dirigentes de izquierdas como Alexandria Ocasio-Cortez, nos encontramos en un estado de debilidad sin precedentes. Pero no podemos esperar a que aparezcan de la nada  movimientos en la calle. Tenemos que disputar las elecciones, tenemos que utilizar la oportunidad de comunicar nuestro mensaje a millones de personas. Más que eso, tenemos que ganar en realidad estas elecciones y "ejercer el poder" hoy, poniendo las bases para más cambios radicales en el futuro, a la vez que privamos a la derecha de su fuerza.
 
Necesitamos, dicho de otro modo, una presidencia de Bernie Sanders. Sanders aboga por exigencias socialdemócratas. Pero representan algo bastante distinto de la moderna socialdemocracia. Donde la socialdemocracia de la postguerra se transformó en herramienta para suprimir el conflicto de clase a favor de arreglos tripartitos entre empresa, trabajo y Estado, Sanders anima a una renovación del antagonismo de clase y los movimientos de abajo.

Para Sanders, el camino de la reforma discurre a través del enfrentamiento con las élites. En lugar de hablar de toda una nación que lucha junta para que se recupere la economía norteamericana y se comparta la prosperidad, y en vez de tratar de negociar un acuerdo mejor con dirigentes empresariales, de lo que se trata en el movimiento de Sanders es de crear una "revolución política" para sacarles lo que es legítimamente nuestro a  "millonarios y multimillonarios". Su programa conduce a una polarización siguiendo líneas de clase; desde luego, apela a ello. 

Sanders se formó como estudiante en la Joven Liga Socialista [Young People's Socialist League] y gracias a la organización de sindicatos y derechos civiles. Su visión del mundo se formó gracias a este trasfondo inusual. No representa una alternativa moderada a exigencias socialistas más militantes, sino una alternativa radical a un decrépito centro liberal.   

Hablando en un lenguaje comprensible (gracias a Dios, no invoca la secular terminología del socialismo europeo que invoco yo) y conectando con las necesidades y el enfado de la gente, bien puede ser que Sanders prevalezca en las venideras elecciones de 2020. Pero, ¿qué hará entonces?

Este número [de la revista Jacobin] trata de enfrentarse a esa pregunta, y al hecho de que la "socialdemocracia de lucha de clases" de Sanders resulta extraordinariamente difícil de sacar adelante. Los candidatos se enfrentan tanto a incentivos para llegar a compromisos como a una presión estructural: administrar un Estado capitalista requiere mantener la confianza del mundo de los negocios y los beneficios empresariales. 

Nuestra solución es vaga, pero entraña crear cierta presión por nuestra parte. Las protestas en la calle y las huelgas pueden disciplinar a los candidatos descarriados que no sigan un orden del día redistributivo y obligue a las empresas a hacer concesiones a los reformadores una vez se les elija. Los cargos electos pueden asimismo impulsar medidas que faciliten ejecutar estas acciones.

A primera vista, la pregunta nos remite a Bernie Sanders. Pero en realidad tiene que ver con ustedes, y con el poder latente de los trabajadores para llevar el cambio a cabo.  

 

(*) Bhaskar Sunkara es director de la revista norteamericana 'Jacobin'.

 

Fuente: Jacobin, 25 de febrero de 2019

Traducción: Lucas Antón


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