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Stan Lee, el superhéroe que se creó a sí mismo

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Por Diego E. Barros (*)

Fue a la vez creador y miembro (más) destacado de ese olimpo de dioses modernos que son los superhéroes; al menos los pertenecientes a una de las dos grandes familias.

Stanley Martin Lieber (Nueva York; 28 de diciembre de 1922), más conocido como Stan Lee, Stan theMan, el Tío Stan o simplemente el hombre más cool de un universo que él mismo contribuyó a crear, falleció ayer en un hospital de Los Ángeles. Tenía 95 años. Ya no volveremos a ver su sonrisa burlona en los estrenos de las adaptaciones cinematográficas de los personajes de la Marvel que están por llegar. Sí, todavía en las pantallas, ya que dicen que tanto la multinacional del entretenimiento como el propio Stan se aseguraron de dejar grabados a futuro algunos de los desternillantes cameos que el creador tanto gustaba de hacer en las adaptaciones de sus propias creaciones.

No todo lo que sé lo aprendí en los cómics de Stan Lee; pero sin duda, sí lo más importante.

Acabo de escribir "el hombre más cool del universo Marvel" y no ha sido un error. Porque en el fondo, Lee fue a la vez creador y miembro (más) destacado de ese olimpo de dioses modernos que son los superhéroes; al menos los pertenecientes a una de las dos grandes familias.

Stan Lee nació Stanley Lieber y se cambió el nombre porque a finales de los años cuarenta cuando entró a trabajar en la entonces editorial Timely Comics, propiedad de un pariente suyo, todavía pensaba en alcanzar algún día la gloria como autor de ese mito que en Estados Unidos recibe el nombre de la-gran-novela-americana. No quería que su verdadera identidad se viera manchada con algo de tan baja calidad en los cenáculos culturales del momento como los cómics. Paradójicamente fue bajo la identidad de Stan Lee con la que acabó por dar caza a la mitológica ballena blanca de las letras americanas en los miles de diálogos que escribió en Marvel Comics.

No es hoy ningún secreto que Lee no fue el creador de la larga lista de personajes que se le atribuyen: Los 4 Fantásticos, Spiderman, Hulk, IronMan, Thor, Los Vengadores, Doctor Strange, Black Panther o los X-Men, entre otros muchos. Al menos no el único. Pero serían su enorme ego y afán de protagonismo, aunque también su increíble olfato para los negocios, los que acabarían por ensombrecer las figuras de dibujantes capitales, como Jack Kirby o Steve Ditko. Con ellos mantuvo tortuosas relaciones a causa de los derechos de autor en un tiempo en el que estos pertenecían a las editoriales y no a dibujantes o guionistas. Sin embargo, y polémicas aparte, es justo decir que sin el genio de Stan es probable que el universo de Marvel, de existir, sería algo distinto.

A finales de los años 50, el mundo del cómic era una sombra de lo que había sido. El mundo de los superhéroes era una sombra de lo que había sido en la década de los 30 y 40, la llamada Edad de Oro. Cuando el Ejército de EE.UU. fiaba el entretenimiento de sus soldados desplegados en Europa y el Pacífico a dos productos: revistas eróticas y cómics de superhéroes. Con estos habían crecido los jóvenes que habían de derrotar al nazismo. Las autoridades militares lo sabían, dado que pusieron a los propios superhéroes manos a la obra para contribuir, si no a la victoria aliada, sí a mantener alta la moral de los héroes de carne y hueso. Todo cambió a la vuelta de la triunfal victoria, cuando la sociedad estadounidense, presa de la incipiente ola de puritanismo y la caza de brujas, comenzó a ver en los cómics la fuente de todo el mal que acechaba a la juventud del momento. El desarrollo de la televisión como fuente de entretenimiento hizo el resto hasta el punto de que el medio languidecía en espera de la todopoderosa ayuda de un salvador.

Ese fue Stan Lee. Aunque antes de consumar el milagro, incluso pensaría en dejar el negocio para dedicarse por completo a su viejo sueño literario.

Lee había llegado a Marvel a principios de los cuarenta de la mano de otra leyenda del medio, JoeSimon, creador del Capitán América junto a Kirby, que, en esos años, todavía luchaba contra Hitler. El departamento de cómics de Timely contaba entonces exactamente con dos empleados: el propio Simon y Jack Kirby. Para ellos realizó su primer encargo en su nuevo trabajo: bajar a la calle y subirles un par de sándwiches. La situación era tan precaria que Kirby se marcharía un tiempo a DC aunque más tarde volvería.

Lee comenzó a escribir aventuras bélicas sobre las campañas en Europa y antes de los 20 ya era redactor senior. El dueño de la empresa, Martin Goodman, lo convirtió en editor de la futura casa Marvel. "Era el único tipo disponible en el departamento", diría Lee años después. Desde su nuevo puesto perfeccionó el complejo sistema de trabajo imperante en la industria de las viñetas. Una especie de cadena de montaje por la que Stan perfilaba una trama que luego darían vida los lápices de Kirby o Ditko, y de ahí de vuelta a Lee, encargado de dar forma definitiva a los diálogos. Todo empezaba y acababa en Lee, lo que condenaba a un polémico e injusto segundo plano a la verdadera labor creadora de los dibujantes.

Tras años de escribir títulos de usar y tirar y ceñidos en los límites de las historietas de género (bélico, terror, oeste), fue en 1961 cuando le llegó la gran oportunidad. Marvel, todavía a rebufo de DC, reina de las viñetas con una santísima trinidad -Batman, Superman y WonderWoman- que parecía invencible, le pidió algo semejante a la Liga de Justicia Americana (el grupo de superhéroes DC) pero, a la vez, nuevo. Más acción, menos diálogo, exigieron los ejecutivos. Lee les hizo caso a su manera. Trajo de vuelta a Kirby y, ambos, entregaron Los 4 Fantásticos. El primer número de la serie aparecería en las estanterías de las tiendas el 8 de agosto de 1961 y ya nada volvería a ser como antes.

STAN LEE HABÍA DADO CON LA CLAVE QUE SERÍA LA SEÑA DE IDENTIDAD DE MARVEL COMICS: UNOS SUPERHÉROES QUE, TAMBIÉN Y SOBRE TODO, ERAN HUMANOS

La serie era todo lo contrario a lo que le habían pedido. Acción, sí, pero también más diálogo. Aquel día los lectores se encontraron una familia de astronautas con poderes que no ocultaban su identidad. De repente, los lectores de cómics se sentirían tan atraídos por los problemas derivados de la rutina familiar (desavenencias matrimoniales incluidas), como por las peleas y las amenazas de destrucción del universo.

Stan Lee había dado con la clave que desde aquel momento sería la seña de identidad de un imperio que empezaba a dar sus primeros pasos y que él mismo acabaría por rebautizar como Marvel Comics: unos superhéroes que, también y sobre todo, eran humanos. Así aparecieron en las estanterías una lista de héroes imperfectos como Hulk, Thor, Spiderman, IronMan o Los Vengadores. También el Capitán América de Simon y Kirby a quien Lee dotó de una nueva vida como personaje que resucita en un mundo al que ya no pertenece. Esta humanización del héroe alcanzaría su culmen bajo la máscara de Spiderman. Por primera vez, Peter Parker, era más protagonista que su alter ego en pijama.   

LOS CÓMICS DE MARVEL COMENZARON A ALBERGAR LOS PROBLEMAS DE LOS CONVULSOS AÑOS 60 EN EE.UU., VIOLENCIA Y DROGAS INCLUIDAS, SIN OLVIDAR LAS LUCHAS POR LOS DERECHOS CIVILES

Con estos mimbres, los cómics de Marvel comenzaron a albergar los problemas de los convulsos años 60 en EE.UU., violencia y drogas incluidas, sin olvidar las luchas por los Derechos Civiles. Así también los primeros superhéroes negros en papeles protagonistas, con Black Panther -en 1966 en el número 52 de Los 4 Fantásticos- a la cabeza. Lee siempre negó que su nombre tuviera nada que ver con el coetáneo movimiento de los Panteras Negras, pero las resonancias son evidentes. Antes, los X-Men habían colocado encima de la mesa los primeros atisbos de lo que hoy situamos bajo el paraguas de los minoritystudies y las políticas de identidad. Todo en apenas un par de años, entre el 61 y el 63.

También fue Lee el primero en darse cuenta del poder de la mercadotecnia. Del filón que supondría, algún día, el olimpo de nuevos dioses mitológicos que estaba ayudando a crear. Es ley de vida. Los niños que habían crecido leyendo cómics se convertirían, tarde o temprano, en consumidores adultos que no por adultos olvidarían sus gustos infantiles.

Es así como Lee dio a luz a la que, sin duda, sería su mayor creación: él mismo. Y nació el Stan Lee personaje. En un ejercicio que dice mucho de su propio ego -y también genio-, su nombre comenzaría a aparecer pronto en todo producto salido de la factoría Marvel bajo el epígrafe de "Stan Lee presenta". Un signo de autoría (casi siempre discutible) pero también un sello de identidad y de calidad. Tiró del incipiente fenómeno fan y así creó la "red social" antes de que supiéramos qué eran las redes sociales. En cada cómic de Marvel había un buzón de lectores -MarvelBullpenBulletins-, al que los fans escribían directamente. Stan theMan, con su rostro dibujado en las páginas de los cuadernillos grapados, contestaba personalmente la correspondencia, establecía diálogos con los lectores más avezados, algunos de los cuales se convertirían algún día en dibujantes y guionistas consagrados. Aquellos espacios fueron creciendo. De allí salieron futuros personajes y hasta nuevos sellos editoriales.

Entrada la década de los setenta, Stan Lee era invitado a los campus universitarios de todo el país. Al margen de la literatura, lo había conseguido: era un personaje famoso.  

Muy pronto se dio cuenta que la supervivencia del negocio estaba en la pantalla. Primero en producciones televisivas de calidad desigual, de ahí a la gran pantalla donde los miembros de ese olimpo protagonizaron algunos sonados fracasos. Finalmente, a la hoy todopoderosa productora cinematográfica Marvel Comics. Y Lee siempre presente, con su sonrisa burlona y una ocurrente frase en la boca.

A DIFERENCIA DE KIRBY, UN TIPO RETRAÍDO Y AL QUE NO LE GUSTABAN LAS CÁMARAS, LEE TUVO LA GRAN HABILIDAD DE PERSONIFICAR A LA PROPIA MARVEL

Mucho antes de la imagen jovial y burlona que cultivó en los últimos años, Stan Lee se hizo acreedor de su leyenda negra. Para finales de los 60 había roto su relación con Kirby. Con Ditko era prácticamente inexistente. El dibujante de Superman apenas pisaba la sede de Marvel para dejar páginas rematadas y recoger los siguientes guiones esbozados por Lee y demás escritores de la casa. Parafraseando al propio Lee por boca del tío de Peter Parker (el tío Ben), si un gran poder conlleva una gran responsabilidad, un buen montón de fama (y dinero) trae consigo muchos problemas.

El dinero empezaba a correr en forma de derechos de explotación y los dibujantes no veían un duro de lo que en realidad eran sus creaciones, no de las editoriales. A diferencia de Kirby, un tipo retraído y al que no le gustaban las cámaras, Lee tuvo la gran habilidad de personificar a la propia Marvel. Poco a poco, Lee completó una transformación cuya primera víctima fue el matrimonio más perfecto de la historia de los superhéroes. Porque fueron Jack Kirby y Stan Lee quienes personificaron como nadie el eterno (y falso) dilema en torno al noveno arte: ¿qué es más importante, el dibujo o las palabras?

Lee acabó por capitalizar éxitos que en el mejor de los casos no le correspondían únicamente a él. Cansado de quedar siempre en segundo plano, Kirby abandonó Marvel en 1970 -antes lo había hecho el propio Ditko-, en busca del reconocimiento y el dinero que, según él, le había sido arrebatado. Lo cierto es que sus aventuras en la competencia, ahora a cargo de dibujo y guión, nunca tuvieron la recompensa deseada.

Ahí tienen la respuesta al (falso) dilema planteado unas líneas más arriba.

En 1986, con motivo del XXV aniversario de Marvel -en realidad, 25 años desde la publicación del primer número de Los 4 Fantásticos-, Stan Lee invitó a su viejo compañero. El dibujante acudió con su mujer, Rosalind. En un determinado momento Lee y Kirby se encontraron en mitad de la sala. Charlaron, rieron, recordaron los viejos tiempos. Cuenta la leyenda que Lee le dijo algo así como: "mira, en realidad, da lo mismo quién se lleve el crédito de lo que ambos hemos hecho juntos. Lo que me gustaría es hacer un último trabajo contigo". Antes de que Kirby pudiera contestar, Rosalind tiró del brazo de su marido y se lo llevó. No sin antes dirigirse a Lee: "Olvídalo".

Nunca jamás volverían a trabajar juntos. Jack the King Kirby, como lo bautizó el propio Lee en los créditos de los comic-books que ambos crearon a la par, murió en 1994 a los 76 años de edad.

Si bien nunca llegó a disfrutar de la fama y el dinero a los que sí accedería Lee, se fue con el reconocimiento del medio y de los fans. Al igual que Steve Ditko, fallecido el pasado junio. A ellos y a otros grandes nombres de la historieta se unió ayer Stan theMan.

Me gusta pensar que donde quiera que estén ambos estaban esperando a Lee en sus respectivas mesas de dibujo.

Stan Lee pasó sus últimos años convertido en un mito viviente, superando en celebridad a los actores que encarnan hoy a sus personajes en el celuloide. Tampoco pudo eludir, como otros autores clásicos, los procesos legales por la lucha de los derechos de sus propias creaciones. También otras cuestiones más domésticas, como la orden de alejamiento que pidieron sus hijos contra su antiguo mánager.

Alguien decía ayer en Twitter que la única despedida a la altura de su persona sería que los actores que encarnan a los personajes de Marvel en la gran pantalla acudieran al funeral vestidos con sus trajes. Con los trajes de superhéroes que (co)creó Lee.    

Aunque también cabe la posibilidad de que en algún universo alternativo de Marvel un tal Stanley Martin Lieber sí hubiera escrito la-gran-novela-americana. En ese caso, probablemente hoy nadie se acordaría de él.

 

(*) Diego E. Barros. Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Vive en Chicago y es profesor universitario. Escribe donde le dejan y, en ocasiones, hasta le pagan.


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