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América Latina, fascismo y guerra de nuevo tipo

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Por José Antonio Figueroa (*)

En países como Venezuela, Brasil o Colombia, el deterioro de las condiciones de vida de la población ha hecho que una retórica moralista sitúe la inseguridad como un problema prioritario que debe resolverse mediante el uso de la fuerza física.

El ascenso de la extrema derecha y del fascismo en Latinoamérica representa una transformación del papel que jugó el continente en la geopolítica mundial en la última década y permite avizorar un panorama muy frágil para la estabilidad política y la paz tanto en el interior de los países como en las relaciones entre ellos. El empoderamiento de la extrema derecha decanta la profunda crisis del neoliberalismo y muestra lo presto que están los sectores más retardatarios del continente a confrontar con todo su poder los pequeños pero importantes pasos hacia la modernización política que dieron los gobiernos progresistas en los inicios del nuevo siglo. La fugaz pero significativa presencia de los gobiernos progresistas mostraba la otra cara de la crisis del neoliberalismo, y se caracterizaba principalmente por un intento de recuperación del rol regulador del Estado con fines redistributivos luego de décadas de crecimiento sostenido de la concentración de la riqueza y de la desigualdad en el continente. La experiencia de los gobiernos progresistas desvela también que el fascismo nacional e internacional está dispuesto a usar todas sus armas con el fin de evitar que se dé una mínima modernización económica y política en el continente. La respuesta fascista a la crisis del neoliberalismo busca consolidar el debilitamiento de los Estados nacionales como garantes de los derechos civiles, afianzar la relación unilateral de los países latinoamericanos con los Estados Unidos, como proveedores de materias primas, y generar conflictividades internas y externas que favorezcan el proceso de privatización de la guerra. Todo esto en un contexto de deterioro cultural del humanismo y de la política y de revitalización del racismo, del irracionalismo religioso y de los particularismos de los grupos de distinto cuño.

La derecha continental prefirió liderar una campaña de desprestigio contra el progresismo de izquierda, revertir el impulso modernizador de la sociedad y las instituciones que este sector llevaba a cabo y convertirse en el principal motor de ascenso del fascismo. En un contexto en el que los partidos de la derecha estaban profundamente deteriorados por la incapacidad que tienen de ofrecer alguna alternativa a la crisis del neoliberalismo, la derecha cedió a los medios de comunicación el papel de opositores a los gobiernos progresistas. De este modo la prensa, la televisión y la radio, mediante el uso de tecnologías apropiadas, realizaron una eficiente campaña encaminada a homologar a los gobiernos progresistas con la corrupción y mediante un uso altamente profesionalizado de las redes sociales y de las iglesias neopentecostales generaron un ambiente que recuerda los momentos más sombríos del macartismo y el anti comunismo. 

LOS ASESORES DE LA DERECHA, FELICES ANTE EL FIN DE LAS GRANDES NARRATIVAS Y APROVECHÁNDOSE DE LO QUE ECO DESCRIBE COMO LA INVASIÓN DE LOS IMBÉCILES, PROMUEVEN LA CREACIÓN Y DIFUSIÓN DE MENTIRAS

La derecha ha sabido utilizar las redes sociales y el falso ideal de que en ellas se realiza fantasmagóricamente el individuo tal y como lo propone el mercado. De acuerdo a lo que había señalado Umberto Eco, las redes sociales crean un falso sentido de participación igualitaria al empoderar a legiones de idiotas que antes sólo hablaban en el bar después de un vaso de vino y que ahora hablan sobre cualquier cosa con el mismo derecho que un premio Nobel. Los asesores de la derecha, felices ante el fin de las grandes narrativas y aprovechándose de lo que Eco describe como la invasión de los imbéciles, promueven la creación y difusión de mentiras, encaminadas a eliminar a la política, a empoderar a los individuos de manera narcisista y a crear un nuevo sentido de moralidad de base religiosa. Las redes sociales han sido uno de los vehículos más eficientes para que grupos fanatizados de las iglesias asuman un sentido de superioridad moral que les permite anatemizar a los políticos progresistas, así como a los representantes de los sectores que luchan por los derechos económicos, ambientales, sexuales, reproductivos o contra el racismo.  

En este ambiente cultural contrarevolucionario se ha empoderado la opción de la guerra privatizada que opera en los frentes internos e internacionales. En países como Venezuela, Brasil o Colombia, el deterioro de las condiciones de vida de amplios sectores de la población ha hecho que una retórica moralista coloque a la inseguridad como un problema prioritario a resolver mediante el uso de la fuerza física, de tipo policial o militar. En este ambiente pulula la venta de armas, el proceso de encerramiento de los barrios de clases altas y la marginalización física de los barrios populares y la hipervigilancia de los ciudadanos, lo que se ha revertido en un impresionante enriquecimiento de las compañías privadas de ventas de armas y de seguridad, proceso que se consolida a partir de los sucesos del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York. Siguiendo el modelo norteamericano, se da un manejo calculado de la distribución de las drogas en barrios pobres o ricos, un desmesurado crecimiento de las cárceles a donde prioritariamente van los sectores excluidos, y se desmonta todo proyecto igualitarista de inversión social. 

En el frente internacional, la amenaza de la guerra se expresa en posibilidad de la regionalización del conflicto interno colombiano y en la serie de advertencias que se hacen contra Venezuela, que encontrarían mayor plausibilidad a partir del ascenso del fascista Jair Bolsonaro, quien no ahorra palabras para expresar su desprecio por el régimen de Maduro. A nivel internacional se están creando las condiciones para deteriorar aun más la situación de Venezuela: en los últimos meses la prensa no deja de hablar sobre lo que se ha calificado como una catástrofe migratoria, mientras en agosto de 2017 Trump había dicho que no descartaba ninguna opción contra Venezuela, incluida la militar. Estas declaraciones siguen el pronunciamiento que ya había hecho Barack Obama en 2015 cuando calificó a Venezuela de amenaza inusual y extraordinaria, mientras desde Colombia, la extrema derecha uribista viene reclamando por la acción militar de una fuerza extranjera en ese país. A esto se suman las medidas encaminadas a estrangular la economía venezolana y agudizar la situación depauperizada de la población, esperando un levantamiento popular contra el régimen de ese país. 

EL FASCISMO LATINOAMERICANO Y LAS FUERZAS NORTEAMERICANAS PARECEN QUERER REPLICAR LA SITUACIÓN DEL NORTE DE ÁFRICA, DONDE LAS INVASIONES MILITARES VINIERON ACOMPAÑADAS DE LA DESTRUCCIÓN DE LOS PROYECTOS NACIONALES DE PAÍSES COMO IRAK O LIBIA

Ante esta situación el régimen venezolano descansa cada vez más en unas fuerzas armadas que han aumentado su pie de fuerza de manera significativa y en unos aliados como Rusia y China con importantes inversiones en el país. El fascismo latinoamericano y las fuerzas norteamericanas parecen querer replicar la situación del norte de África, donde las invasiones militares vinieron acompañadas de la destrucción de los proyectos nacionales de países como Irak o Libia, para poder acceder a la riqueza petrolífera de esa región. La movilización de migrantes en Centroamérica pretendiendo llegar a los Estados Unidos y la decidida respuesta de los distintos Estados por detenerlos mediante el uso de todos los recursos posibles ejemplifica las consecuencias de la destrucción de países y de la política, análoga a los flujos migratorios de miles de norafricanos que están encontrando su tumba en el mediterráneo. Esperemos que esta movilización no sea el presagio de un futuro para la región similar al que se vive en el norte de África. 

¿Qué hacer? Consolidar la educación política reclamada por los sectores antifascistas que se expresan en las nada despreciables cifras superiores al 40% de votantes. Disputar culturalmente por todos los medios posibles la construcción de la imagen que las derechas han hecho de la izquierda como encarnación de la corrupción y empezar a conquistar el lugar de construcción de los sentidos de la ciudadanía para recuperar la política de las garras del fascismo y de las iglesias que naturalizan la subordinación, el racismo y la exclusión. Hay que ejercer una práctica constante que dé sentido a la solidaridad y permita imaginar la construcción de un futuro distinto al que vende el miedo y la ignorancia.

 

(*) José Antonio Figueroa es doctor en Literatura y Estudios culturales  en Georgetown University. Ha sido Profesor en la Universidad Javeriana y actualmente es Profesor e Investigador de la Universidad Central del Ecuador.


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