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EE UU: No nos engaƱemos, estas elecciones no han sido una mala noche para Trump

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Por Cas Mudde (*)

Mucha gente se ha referido a estas elecciones de mitad de mandato como a un referéndum sobre Donald Trump.

El presidente mismo se ha mostrado de acuerdo, llevando a cabo una amplia gira por el país, reduciendo la racionalidad de los mensajes de los candidatos sobre el auge de la economía a un mensaje emocional de nativismo. Trump hizo de las elecciones algo centrado en torno a él y a su agenda abiertamente de extrema derecha. Con ello quedaba poco espacio para los republicanos que no son de Trump, por no hablar de los anti-Trump.  

Si bien el Partido Demócrata puso énfasis en las cuestiones económicas, y sobre todo en la atención sanitaria, los demócratas estuvieron encantados de convertir estas elecciones en un referéndum sobre Trump y su nativismo. Pusieron de relieve su apoyo a una Norteamérica plural, tanto a través de sus candidatos como de su discurso. El lema implícito era: Trump no define lo que es Norteamérica.

Ha resultado, desde luego, que estas elecciones han sido un referéndum sobre Trump y el "trumpismo", es decir, una combinación de derecha radical populista con autoritariismo, nativismo y populismo, a la que se adhirió plenamente el Partido Republicano y que rechazó por completo el Partido Demócrata. El resultado clave de estas elecciones es que Norteamérica es hoy a la vez más nativista y más multicultural.

Es verdad que salieron derrotados algunos de los más estridentes nacionalistas y supremacistas blancos de entre los republicanos, aunque alguien abiertamente neonazi como Arthur Jones todavía ha conseguido más del 25% del voto en el tercer distrito de  Illinois para el Congreso, mientras que Corey Stewart, nacionalista blanco confeso y defensor de la Confederación, logró el mismo porcentaje que su predecesor conservador hace seis años. Quizás lo más doloroso para Trump haya sido que Kris Kobach, un elemento clave en su malhadada y mal llamada Comisión Asesora Presidencial sobre Integridad Electoral, que tiene diez años de historia de supresión del voto por motivos raciales, resultara derrotado por amplio margen en la carrera por ser  gobernador de Kansas.

Pero salieron reelegidos muchos otros republicanos de extrema derecha, entre ellos  Louie Gohmert, Steve King y Ted Cruz en Tejas, mientras que hubo republicanos de la vieja escuela que se vieron substituidos por otros más desvergonzadamente trumpianos, como, por ejemplo, Katie Arrington en Carolina del Sur (Cámara de Representantes), Brian Kemp en Georgia (gobernador), y Ron DeSantis en Florida (gobernador).

Al otro lado del espectro político, el Partido Demócrata realiza avances en conjunto modestos, en términos de escaños más que de votos, haciéndose apenas con la Cámara de Representantes, mientras se ha quedado muy por detrás de obtener una mayoría en el Senado norteamericano. Dicho esto, el Partido ha cambiado de modo fundamental en su composición. Dos años después del fallido desafío de Bernie Sanders para obtener la designación como candidato a la presidencia, habrá casi tantos socialistas democráticos como demócratas de inclinación conservadora (conocidos como demócratas "perro azul" [Blue Dog]) en el Congreso. Aunque sean todavía una minoría, será una minoría ruidosa, convencida de que representa el futuro del Partido.  

Lo que es todavía más importante, los y las congresistas demócratas están empezando por fin a reflejar la diversidad de su electorado. Ilhan Omar en Minnesota y Rashida Tlaib en Michigan se han convertido en las primeras musulmanas elegidas para el Congreso, mientras que Sharice Davis, de Kansas, y Deb Haaland, de Nuevo México, se convertirán en las primeras congresistas indígenas norteamericanas. Y aunque Stacey Abrams, que se presentaba en Georgia, no vaya a convertirse en la primera gobernadora afronorteamericana, Jared Polis, de Colorado, será el primer gobernador abiertamente gay del país. .

Así que ¿dónde nos deja esto? Si bien se ha producido una "ola azul" demócrata, ha sido modesta, en consonancia con los habituales cambios de las elecciones a mitad de mandato, sobre todo cuando hay un partido que controla las tres ramas de gobierno. Trump celebrará esto como una victoria, lo que no deja de tener mérito. Es verdad, los republicanos han perdido numerosas refriegas, y algunas de modo significativo cuando se compara con las elecciones presidenciales de 2016. Pero se ha mantenido la mayoría en sus puestos.  

La mayor victoria de Trump, sin embargo, se produjo en el seno del Partido Republicano. Cuando logró la designación como candidato, mucho conservadores y republicanos eran abiertamente del Trump Jamás. Cuando logró la presidencia, la mayoría de los republicanos decidió aceptarlo, esperando moldearlo hasta hacer de él un republicano convencional. Sólo dos años más tarde, sin Steve Bannon y demás supuestos asesores expertos, Trump le ha dado forma, en cambio, al Partido Rpublicano a su imagen y semejanza.

Le guste o no al estamento de poder republicano - y cada vez hay más gente que está absolutamente encantada con ello - el Grand Old Party es hoy el Partido de Trump. Su destino está entrelazado con el del presidente. Ha muerto por ahora el viejo Partido Republicano conservador. En los dos años venideros, harán campaña como partido de derecho radical, dirigidos por un líder omnipresente, que definirá al Partido Republicano para toda una generación de norteamericanos.

El hecho de que los republicanos aguantaran bastante bien en estas elecciones, aunque Trump mismo no figurarse en las papeletas les dará esperanzas para las elecciones presidenciales de 2020. En esas elecciones pueden congregarse en torno a un líder y un programa claros, cuya polarización moviliza a las bases como ningún candidato fue capaz de hacerlo en estas elecciones. Y si disponen de cifras prometedoras en la economía, eso ayudará también, como ha ayudado esta vez.     

El partido de Trump se enfrentará a un Partido Demócrata cuya diversidad es a la vez su fuerza y su debilidad. Le permite llegar a un electorado mucho más amplio que el del Partido Republicano, pero también podría impedirles a los demócratas presentar un programa claro y coherente. Al mismo tiempo, la mayoría del poder va a seguir estando en manos de las viejas élites blancas del Partido, algunas de las cuales desempeñarán además un papel de importancia en las primarias del Partido.   

Unas nuevas primarias que fueran fuente de división podrían debilitar el potencial de movilización de los demócratas y dar ventaja a los republicanos, que no enfrentan ningún desafío interno. Al mismo tiempo, que la Cámara esté en manos de los demócratas les da a los republicanos la oportunidad de desviar las culpas y no dejar que se pierda esta"oportunidad única" de Engrandecer Nuevamente a Norteamérica. En definitiva, no ha sido esta una mala noche para Trump.

(* Cas Mudde, columnista de la edición norteamericana del diario The Guardian, es profesor asociado de la Escuela de Relaciones Internacionales y Política Pública de la Universidad de Georgia e investigador del Centro de Investigación sobre el Extremismo de la Universidad de Oslo. Es autor de Populism: A Very Short Introduction y The Far Right in America.

Fuente: The Guardian, 7 de noviembre de 2018

Traducción: Lucas Antón


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