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Para leer a Louis Althusser

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Por Eduardo Sánchez Iglesias (*)

A cien años de su natalicio, tanto para los que lo consideran una alternativa de reconstrucción del pensamiento de Marx como para los que entienden que son parte de la crisis del marxismo, su legado sigue en debate.

Louis Althusser había nacido el 16 de octubre de 1918 en la localidad argelina de Birmandreis. Durante la Segunda Guerra Mundial estuvo prisionero durante cinco años en un campo de concentración nazi, retomando después los estudios de filosofía en la Escuela Normal Superior (ENS), donde comenzó a trabajar de profesor en 1948. 

A nivel político, Althusser procedía de un ambiente familiar católico conservador, pero que desde sus años de reclusión evoluciona hacia el marxismo y el comunismo que le lleva a integrarse en el Partido Comunista Francés (PCF) a finales de la década de los cuarenta, partido con el que tuvo relación hasta el final de su vida.

Quien fuera probablemente el principal filósofo identificado con el marxismo durante la segunda mitad del siglo XX, nos dejó un rico legado, tan contradictorio y complejo, que sigue en muchos sentidos, vigente hoy en día.

 

La filosofía como un "campo de batalla"

El compromiso político de Althusser le lleva a ser un filósofo especial, cuya principal pretensión siempre fue, de forma explícita, la de intervenir políticamente en el mundo desde la teoría. Así, para el pensador francés, la filosofía es una intervención en el ámbito teórico marcada por posiciones políticas, algo que expresó bajo la fórmula planteada por él en 1966: "la filosofía es la lucha de clases en la teoría". 

 

El marxismo no es un humanismo

Dentro del PCF posterior al XX Congreso del PCUS (1956), los comunistas franceses tuvieron en el filósofo, Roger Garaudy, el intelectual de referencia, resultado de los movimientos teóricos que se sucedieron en los partidos comunistas de Europa occidental tras la muerte de Stalin (1953). 

 

Así, en los partidos comunistas de Europa predomina una reinterpretación política de la historia, donde reconociendo los crímenes del periodo estalinista, los mismos quedan vinculados a un exceso de "culto a la personalidad" producto de una lectura errónea del marxismo, que al negar el componente humanista del mismo, condujeron a los excesosy crímenes que se cometieron en su nombre.

 

Por medio de Garaudy, el PCF convierte el marxismo en una teoría marcada moralmente en clave humanista, que conduce a la depuración teórica de los PPCC a través de la reivindicación de obras como los Manuscritos económicos-filosóficos de Marx de 1844, haciendo del humanismo el patrón teórico de los partidos comunistas, no solo en occidente, sino también de las interpretaciones dominantes en los grupos más o menos tolerados, de intelectuales vinculados a los partidos comunistas de países como Polonia, Checoslovaquia, Hungría o la Escuela de la Praxis yugoslava.  

 

Simpatizante del maoísmo, Althusser rechazó frontalmente dichas posiciones, identificando el humanismo a las necesidades del viraje ideológico promovido por Nikita Jruschov desde la URSS, haciendo del humanismo una ideología que promovía la coexistencia pacífica con el capitalismo y que justificaba una lectura revisionista del marxismo. Es en esa coyuntura cuando surge la primera gran articulación del pensamiento de Althusser, de las que dan muestra sus primeras grandes obras, precisamente las más conocidas: "Por Marx, conocida en España como La revolución teórica de Marx y Para leer El capital, ambas de 1965.

 

La revolución teórica de Marx

Así en 1962, Althusser organiza los primeros grupos de lectura y reflexión para una reelaboración el marxismo, que se distanciaba tanto de las lecturas predominantes en la URSS como del humanismo impulsado por el PCF y otros PPCC. Pensadores como Lacan, Etienne Balibar, Jacques Rancière, Pierre Macherey y Roger Establet formaron parte de estos grupos y seminarios de discusión. Fruto de dicho trabajo surgen las dos obras antes mencionadas.

 

En La revolución teórica de Marx, se plantea la crítica al materialismo dialéctico, ya que para Althusser el materialismo y la dialéctica son dos ámbitos contradictorios. Para el filósofo francés, el marxismo humanista se centra en las obras del joven Marx, que corresponden a una época donde el pensador alemán entendía los problemas del momento desde el punto de vista moral. Sin embargo para Althusser, el Marx de El capital inaugura una ciencia, la ciencia de la historia, donde Marx rompe con su conciencia filosófica anterior.

 

Esto inaugura una estrategia de lectura en Althusser sobre los textos de Marx, que consiste en reconocer que Marx siempre pensó en términos hegelianos, en términos morales, pero que Marx en el El capital inaugura una ciencia nueva, la ciencia del capital, que se convierte en ruptura epistemológica entre ideología (el pasado de Marx) y la ciencia (El capital), donde se establece la ya conocida diferencia que Althusser hace del joven Marx respecto del viejo Marx, justificando así el carácter del marxismo como ciencia. 

 

Para leer El capital

En para Leer El Capital, se da una interpretación del pensamiento marxista con algunas coordenadas claramente influidas por un clima de época, en el que tenían fuerte peso el estructuralismo y la epistemología neopositivista, a la que se debe la oposición que hace Althusser entre ciencia e ideología, haciendo una distinción tajante entre el objeto de la ciencia y el objeto empírico, necesidad de rigurosidad formal en las definiciones conceptuales, interpretación de la sucesión de los "modos de producción" como un proceso "sin-sujeto".

 

De esta forma, Althusser se enfrenta a lo que consideraba la otra corriente errónea del marxismo, el economicismo. Frente a esta concepción Althusser introduce su sentencia de "la economía es determinante en última instancia" y la aplicación a la realidad social del término proveniente del psicoanálisis, el concepto de "sobredeterminación", que establece la necesidad de pensar la sociedad capitalista como un todo, donde las partes forman relaciones de causalidad hasta formar un todo, pero cuyas partes son todas ellas determinantes formando una relación.

 

Los aparatos ideológicos, el debate dentro del PCF y el "materialismo del encuentro"

Escrito en 1969, pero publicado en 1970, en Ideología y aparatos ideológicos del Estado: notas para una investigación, Althusser recoge las experiencias de mayo del 68 y su posterior neutralización, analizando el papel que las instituciones educativas francesas juegan en la generación de un pensamiento hegemónico conservador, favorable a la burguesía francesa. 

 

Tras su publicación, Althusser dedicó un importante esfuerzo intelectual a intervenir en el debate político e ideológico abierto en el XXII Congreso del Partido Comunista Francés en febrero de 1976, donde, por un lado saludó el viraje del partido hacia una autonomía respecto de la Unión Soviética, pero criticó severamente el abandono por parte del PCF y del resto de los partidos eurocomunistas del concepto de dictadura del proletariado, periodo al que corresponden las obras Seis iniciativas comunistas (1977) y Lo que no puede durar en el Partido Comunista (1978)recientemente reeditada por Siglo XXI.

 

En sus últimos artículos, Althusser propone la teoría del "Encuentro", donde manteniendo la necesidad  de los cambios revolucionarios, hace una reivindicación filosófica abstracta de las luchas parciales y esporádicas, que en opinión del marxista argentino Juan del Maso, "intenta ofrecer una filosofía política que permitiera conciliar la reivindicación de algún tipo de cambio histórico con el clima de derrota de finales de los setenta y los ochenta", que sirvieron de fundamento para las concepciones del posestructuralismo y el posmarxismo posterior.

 

A cien años de su natalicio, tanto para los que lo consideran una alternativa de reconstrucción del pensamiento de Marx como para los que entienden que son parte de la crisis del marxismo, su legado sigue en debate, a tono con su idea de la filosofía como un "campo de batalla".

 

(*) Eduardo Sánchez Iglesias es profesor de Geografía Política de la UCM y Director de la Fundación de Investigaciones Marxistas (FIM).

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Capitalismo, tecnología y pulsión de la muerte. Las selfies suicidas.

 

Renán Vega Cantor

Rebelión/Periferia

 

 

La selfies son una de las derivaciones recientes de las innovaciones microelectrónicas que son presentadas como una notable expresión de libertad individual. Uno de sus aristas perversas, y del capitalismo en general, es el incremento de muertes por las fotografías extremas. Una investigación realizada en los Estados Unidos registra 259 muertes en el mundo, ocasionadas por tomarse selfies en el período transcurrido entre 2011 y 2017. Esta cifra, que debe ser considerada como conservadora, indica la magnitud de lo que está ocurriendo con la utilización de esta "nueva tecnología" de la muerte. Vale la pena preguntarse que está detrás de esta epidemia de suicidios, y qué relación tienen con el capitalismo.

La tecnologia y la imposición del individualismo compulsivo

El capitalismo representa la imposición del individualismo compulsivo, entendido como la creencia ilusoria de que la sociedad no existe sino solo los seres individuales, como lo proclamó Margaret Thatcher, uno de las vedettes del capitalismo realmente existente. De eso se deriva la suposición de que el individuo es el centro del mundo, y nada puede oponerse a sus designios de maximización de ganancias, acumulación, superación y ruptura de cualquier límite. El individualismo egoísta, posesivo y hedonista es una característica central de la ideología capitalista que se ha universalizado en nuestra época. Solo existe el yo y no el nosotros, lo cual quiere decir que mi existencia individual es más importante que cualquier grupo o colectivo humano y de eso se deriva que a diario se deba (de)mostrar que el yo (el individuo) es el centro del universo. No importan, o mejor no existen, los lazos sociales, ni vínculos de solidaridad, fraternidad o ayuda mutua. Eso es cosa del pasado, porque ahora, en el perpetuo presente en que se despliega el yo, solo vale y existe lo que haga un individuo, el que necesita mostrar a cada rato su presencia, porque de lo contrario se considera frustrado o incompleto.

Para hacerse notar, ahora el yo cuenta con dispositivos técnicos que se encargan de potenciar y difundir su presencia en el mundo; y el más poderoso de esos dispositivos técnicos es el celular, con todos sus variantes, o más precisamente la difusión de imágenes visuales que se hace a través del smarphone, y que difunden de manera inmediata, instantánea y directa todo cuanto hace una persona, hasta sus actos más privados, que ahora son puestos a la vista pública, sin pudor alguno. Porque con la utilización de las nuevas tecnologías se pierde la idea de dignidad, de auto-estima, de respecto y se proclama que lo privado ya no existe, que cualquier acto de nuestra vida debe darse a conocer a los cuatro vientos, por medio de las fotos que un individuo se tome de sí mismo y difunda a través de las redes informáticas. Lo que antes se consideraba de la esfera privada, y hasta de la intimidad de las personas (como su vida sexual) hoy debe compartirse con otros individuos, con la pretensión de demostrar que se es importante, y sus acciones individuales tienen reconocimiento y le confieren prestigio ante otros individuos.

Por eso, se ha impuesto una especie de voyerismo universal, sin cortapisas, en que se muestra y se exhibe lo que esté referenciado con el yo y una forma expedita de lograrlo es a través de las selfies, que apenas son tomadas se envían para que circulen por las redes y lleguen a los ojos de los amigos, conocidos o admiradores. El me gusta es el premio, de una banalidad risible, que al otro lado de la red se le atribuye a quien envía la última foto (de hace unos segundos) de cuanta estupidez se le ocurre registrar. Quien tenga una mayor cantidad de "me gusta" y de seguidores en las redes es considerado una estrella. El problema es que esa sensación es efímera y requiere de estarse activando minuto a minuto, lo cual genera una terrible sensación de frustración, que debe ser superada con nuevas fotos, que aumentan la frustración en una forma patológica, en un círculo vicioso que no tiene fin. 

Las selfies mortales

Como las fotos normales ya no son atractivas y se tornan monótonas, es necesario experimentar con algo inesperado y sorprendente, para evidenciar la centralidad del yo, y en consecuencia se debe acudir a experiencias extremas. Aquí es donde las selfies adquieren un rol principal como indicadores de ese individualismo hedonista que caracteriza al capitalismo, y se basa en un principio implícito: para el individuo, como para el capitalismo, no existen límites, todo puede ser sorteado, sin importar los riesgos y peligros que se enfrenten, pero no con el deseo de una realización personal como tal y mucho menos en beneficio colectivo, sino porque eso es compensado con el consumo mercantilista del estrés y de las emociones fuertes, un gran nicho de mercado en el capitalismo de nuestro tiempo.

Al final, el premio es lo que cuenta: que una selfie arriesgada le de créditos al individuo que osó desafiar hasta la muerte. Ese premio se expresa cuantitativamente en el crecimiento del número de seguidores en Facebook, Instagran o cualquier red parecida, quienes, como robots amaestrados, solo atinan a escribir "me gusta". Pero esa acción arriesgada no es placentera sino obsesiva, y requiere nuevos retos extremos, para demostrarse a sí mismo que se es importante y sobre todo que otros vean que si se es. Este comportamiento compulsivo aumenta la insatisfacción, porque ya no hay techo ni límite que satisfaga el deseo obsesivo de mostrarse como alguien destacado, como una luminaria del espectáculo.

Este es un claro ejemplo de la pulsión de la muerte, que no se define solo por el deseo de morir, sino algo peor, según las palabras del escritor inglés Mark Fisher: "encontrarse entre las garras de una compulsión tan poderosa que uno se vuelve indiferente a la misma muerte". Lo más trágico es la banalidad del contenido de esa pulsión, porque estamos hablando de personas que enfrentan la muerte, sin entender que esa posibilidad existe, por el deseo de figurar como los más arriesgados o intrépidos, como sucede cuando se toma una selfie con una mano en la boca de un cocodrilo, al que otros sujetan, o en el piso 50 de un rascacielos, o se lanzan en un tren en marcha... Esa intrepidez es la clara demostración de que el capitalismo ha generado la idea, reforzada con las tecnologías microelectrónicas, de que no existen límites a lo que quieran hacer los sujetos aislados, porque todo puede ser posible con tal de alcanzar la fama y el reconocimiento. Y este comportamiento que origina un espíritu irresponsablemente suicida, es el mismo que caracteriza al capitalismo como un todo, puesto que se basa en la idea de que no existen límites que impidan la acumulación y el crecimiento económico.

Con esa lógica suicida se está destruyendo el planeta, se está alterando el clima y se está poniendo en riesgo la existencia de la humanidad, porque lo que sí es seguro es que así vamos directamente hacia el abismo, hacia la muerte como especie, de la misma manera que le sucede al individuo que piensa que puede burlarse de la naturaleza y de las leyes físicas, cuando se toma una selfie junto a un tiburón, al borde de un precipicio, junto a un volcán en erupción, subido en el techo de un tren o con una pistola apuntando a su propia cabeza.

En síntesis, el capitalismo y las tecnologías microelectrónicas que refuerzan el individualismo extremo, que enfatiza la centralidad exclusiva del yo, pretenden hacernos olvidar nuestro carácter efímero y perecedero, generando un insoportable espíritu de grandeza individual, de vanidad y egolatría, que cree posible evadir la muerte, porque nos ha convertido en sonámbulos tecnológicos, al suponer que en el mundo solamente existe mi yo y mis selfies. Esta es la religión del yo que prometió el capitalismo, que se ha impuesto a nivel planetario y que cree posible sortear la muerte, aunque se muera en el intento.


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