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Cómo un filósofo Hugonote se dio cuenta de que los ateos pueden ser virtuosos

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Por Michael W. Hickson (*)

En Occidente, durante siglos, la idea de un ateo moralmente bueno resultaba contradictoria para la gente. El bien moral era entendido sobre todo en términos de posesión de una buena conciencia, y la buena conciencia era entendida en términos de la teología cristiana.

Ser una buena persona significaba escuchar y seguir deliberadamente la voz de Dios (la conciencia). Como un ateo no puede reconocer conscientemente la voz de Dios, el ateo es sordo ante los mandatos morales de Dios, es fundamental y esencialmente anárquico e inmoral. Pero hoy es ampliamente -si no completamente- entendido que un ateo de hecho puede ser moralmente bueno. ¿Cómo cambió esta suposición? ¿Y quién ayudó a que cambiara?

Una de las figuras más importantes en esta historia es el filósofo e historiador hugonote Pierre Bayle (1647-1706). Su Diversas reflexiones con ocasión de un cometa (1682), formalmente dedicado a desmontar opiniones erróneas y populares sobre los cometas, fue un controvertido éxito de ventas, y un trabajo fundacional para la Ilustración francesa. En él, Bayle lanza una batería de argumentos a favor de la posibilidad de un ateo virtuoso.

Comienza su apología en nombre de los ateos con una observación escandalosa por aquel entonces:

No resulta más extraño para un ateo el vivir virtuosamente que para un cristiano vivir delictivamente. Vemos todo el tiempo al segundo como a una clase de monstruo, ¿por qué habríamos de pensar entonces que el primero es imposible?

Bayle presenta a sus lectores a los ateos virtuosos de épocas pasadas: Diágoras, Teodoro, Euhemero, Nicanor, Hipo y Epicuro. Apunta que la moralidad de estos hombres era tan apreciada que, después, los cristianos fueron obligados a negar que estos hubieran sido ateos, para así sostener la superstición de que los ateos fueron siempre inmorales. De su propia época, Bayle presenta al filósofo italiano LucilioVanini (1585-1619), a quien le cortaron la lengua antes de ser estrangulado y quemado, acusado de negar la existencia de Dios. Por supuesto, los que mataron a Vanini de tan sutil manera no eran ateos. La pregunta realmente urgente, sugiere Bayle, es si los creyentes religiosos -y no los ateos- podrán ser alguna vez morales.

Bayle concede que los cristianos poseen principios verdaderos acerca de la naturaleza de Dios y la moralidad (nunca sabremos si el propio Bayle fue un ateo). En nuestro mundo caído, empero, la gente no actúa basándose en sus principios. La acción moral, que importa de cara al comportamiento exterior y no de cara a las creencias internas, está motivada por pasiones, no por teorías. Orgullo, amor propio, el deseo de honor, la búsqueda de una buena reputación, el miedo al castigo y miles de costumbres cogidas de la familia y el país propios; todos ellos son resortes de la acción más efectivos que cualquier creencia teórica sobre un ser creado a sí mismo llamado Dios, o el argumento de la Primera Causa. Bayle escribe:

Así vemos que del hecho de que el hombre carezca de religión no se sigue necesariamente que esté dirigido hacia toda clase de crímenes o toda clase de placeres. Solo se sigue que estará dirigido hacia las cosas a las que su temperamento y su mente le hayan hecho sensible.

Dejados solos, a actuar merced de sus pasiones y costumbres habituales, ¿quién actuará mejor: un ateo o un cristiano? La opinión de Bayle queda clara de la yuxtaposición de los capítulos dedicados a los crímenes de los cristianos y los capítulos dedicados a las virtudes de los ateos. La causa de los peores crímenes de los cristianos es repetidamente identificada como falso celo, una pasión que se enmascara como amor a Dios pero que en realidad se reduce a partidismo político-religioso mezclado con odio hacia cualquiera que sea diferente. El examen que Bayle hace de las recientes guerras de religión le demostró que las creencias religiosas inflaman nuestras tendencias más violentas:

Conocemos la impronta que en la mente de las personas deja la idea de que están luchando por la preservación de sus templos y altares (...) cuán valientes y atrevidos nos tornamos cuando tenemos la fijación en la esperanza de conquistar a los otros por medio de la perfección de Dios, y cuando estamos movidos por la aversión natural que tenemos hacia los enemigos de nuestras creencias.

Los ateos carecen de falso celo religioso, así que podemos esperar que vivan vidas más tranquilas.

Pero Bayle no establece del todo la posibilidad de un ateo virtuoso. El tipo de comportamiento en el que se fija es solo superficialmente bueno. En los tiempos de Bayle, ser verdaderamente bueno era tener un conciencia y seguirla. En Diversos pensamientos no declara que los ateos puedan tener buena conciencia. De hecho, el pesimismo de Bayle alcanza su cumbre en un experimento mental que implica una visita de una especie alienígena. Bayle afirma que a estos alienígenas les llevaría menos de quince días concluir que la gente no actúa a la luz de la conciencia. En otras palabras, muy pocos en el mundo son, propiamente hablando, moralmente buenos. Entonces, los ateos simplemente no son peores que los creyentes religiosos, y en la superficie puede que incluso parezcan moralmente superiores. Mientras que esto es menos ambicioso que reivindicar que los ateos puedan ser completamente virtuosos, es aún así un hito en la historia del secularismo.

Bayle abundó en sus Diversos pensamientos dos veces en su carrera, una con Adición a diversos pensamientos sobre el cometa (1694) y de nuevo con Continuación de diversos pensamientos sobre el cometa (1705). En este último trabajo, Bayle estableció los fundamentos de una moralidad completamente secular según la cual los ateos podrían ser tan moralmente virtuosos como los creyentes religiosos. Comienza su discusión del ateísmo con la objeción más fuerte que se podía tomar contra la posibilidad de un ateo virtuoso:

Porque [los ateos] no creen que una Inteligencia infinitamente santa comande o prohíba cosa alguna, deben ser persuadidos de que, considerada por sí misma, ninguna acción es buena o mala, y que lo que nosotros llamamos bien moral o falta moral solo depende de la opinión de los hombres; de lo cual se sigue que, por su naturaleza, la virtud no es preferible al vicio.

El reto que se propone Bayle es explicar cómo los ateos, que no reconocen una causa moral del universo, pueden aun así reconocer cualquier tipo de moralidad objetiva.

Ofrece una analogía con las matemáticas. Ateos y cristianos estarán en desacuerdo sobre el fundamento de las verdades matemáticas. Los cristianos creen que Dios es la fuente de toda verdad, mientras que los ateos no. Sin embargo, los desacuerdos metafísicos sobre el origen de la verdad de los teoremas de triángulos carecen de importancia en lo que respecta a demostrar los teoremas de triángulos. Tanto cristianos como ateos llegan a la conclusión de que la suma de los ángulos interiores de cualquier triángulo es igual a dos ángulos rectos. Para los propósitos de las matemáticas, las opiniones teológicas son irrelevantes. Parecido para la moralidad: no hay diferencia en si uno cree que la naturaleza de la justicia está basada en la naturaleza de Dios o en la naturaleza de una Naturaleza profana. Todo el mundo está de acuerdo en que la justicia requiere que mantengamos nuestras promesas y que devolvamos aquello que nos ha sido prestado.

El argumento más sorprendente de Bayle es que cristianos y ateos están de acuerdo sobre la fuente de las verdades morales. La gran mayoría de los cristianos cree que Dios es la fuente de las verdades morales, y que la verdad moral está fundamentada en la naturaleza de Dios, no en la voluntad o las elecciones de Dios. Dios no puede hacer que matar gente inocente sea un acto moralmente bueno. El respeto de la vida inocente es una cosa buena que refleja parte de la naturaleza misma de Dios. Aun más, de acuerdo a los cristianos, Dios no creó la naturaleza de Dios: siempre ha sido y siempre será lo que es.

En última instancia, estas opiniones cristianas no difieren de lo que los ateos creen sobre el fundamento de la moralidad. Creen que las naturalezas de la justicia, la bondad, la generosidad, el coraje, la prudencia, etc., están ancladas en la naturaleza del universo. Son hechos brutos objetivos que cualquiera reconoce a través de la conciencia. La única diferencia entre cristianos y ateos es el tipo de "naturaleza" a la que las verdades morales son inherentes: los cristianos dicen que es una naturaleza divina, mientras que los ateos dicen que es una naturaleza física. Bayle imagina críticos objetando: ¿cómo pueden emerger verdades morales de una naturaleza meramente física? Este, de hecho, es un gran misterio, pero los cristianos son los primeros en declarar que la naturaleza de Dios es infinitamente más misteriosa que cualquier naturaleza física, ¡así que no están en una posición mejor para clarificar los orígenes misteriosos de la moralidad!

De acuerdo al filósofo canadiense Charles Taylor, nuestro tiempo devino secular cuando creer en Dios se convirtió en una opción entre muchas, y cuando quedó claro que la opción teísta no era la mejor a la que adherirse al teorizar sobre la moralidad y la política. A través de sus reflexiones sobre el ateísmo durante tres décadas, Bayle demostró que hacer descansar la moralidad sobre la teología no era ni necesario ni tampoco ventajoso. Por esa razón, Bayle merece mucho crédito por la secularización de la ética.

(*) Michael W. Hickson es profesor titular de filosofía en TrentUniversity, en Peterborough, Ontario

Fuente:

https://aeon.co/ideas/how-a-huguenot-philosopher-realised-that-atheists-could-be-virtuous

Traducción: David Guerrero


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