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La gestaciĆ³n del capitalismo del siglo XXI.

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Por Jacinto Vaello (*)

Para caminar hacia una sociedad inclusiva hay que enfrentarse a una ruptura estructural.

En los años ochenta del siglo XX se inició el proceso de liquidación del pacto social de la posguerra mundial. Ese pacto consolidó la democracia liberal y abrió la época de implantación y extensión del estado de bienestar. Fueron Margaret Thatcher, en el Reino Unido, entre 1979 y 1990, y Ronald Reagan, en los Estados Unidos, entre 1981 y 1989, los líderes políticos que encabezaron el movimiento y descabezaron a todas las fuerzas capaces de obstaculizar la ingente doble tarea que acometieron: la destrucción del capitalismo social y la construcción del nuevo orden.

Treinta años más tarde, el nuevo orden ha tomado forma, se extiende por el mundo y produce nuevos estertores propios de su crecimiento convulso. La quiebra de LehmanBrothers, en septiembre de 2008, se identifica de manera unánime como causa inmediata de la crisis (presunta) del sistema, a la que se le ponen apellidos que resumen la incapacidad o la falta de voluntad de penetrar en el fondo de la cuestión: "financiera", "económica", cada vez más "política", y, sobre todo, cada vez más próxima a repetirse. 

En la última conferencia de la OCDE, que ha tenido lugar los días 13 y 14 de septiembre de 2018, han vuelto a aparecer los interrogantes que desvían la atención desde lo estructural a lo coyuntural: "dónde", "cuándo" y "por qué causa inmediata" se va a "repetir la crisis". 

LAS CAUSAS DE ESTA "BURBUJA" DE DEUDA NO RESIDEN EN UNA GESTIÓN GLOBAL IRRACIONAL NI EN UNA ACUMULACIÓN DE ERRORES PARCIALES SINO EN LA HEGEMONÍA DEL CAPITAL ESPECULATIVO

Ahora los temores se dirigen hacia la gigantesca acumulación de deuda, pública y privada, cuya dimensión varía según las estimaciones pero anuncia un estallido inevitable: entre 250 y 300% del PIB mundial, es decir, una masa ingente de deuda que puede aplastar al conjunto de la economía mundial. Pero la cuestión esencial, con ser muy relevantes estas cifras, está en lo que ellas ocultan: las causas de esta "burbuja" de deuda no residen en una gestión global irracional ni en una acumulación de errores parciales sino en la hegemonía del capital especulativo.

Efectivamente, algunas variables económicas parecen simplemente desbocadas. Se hace referencia de manera reiterada a los bajos tipos de interés, que explican muy directamente la proliferación de inversiones inviables y, desde luego, esas tasas de endeudamiento (es 'tan barato' endeudarse), pero parece que muy pocos están dispuestos a llamar la atención sobre la contradicción de fondo, que puede sintetizarse en una pregunta sencilla: ¿cómo alguien piensa (un ciudadano cualquiera, no necesariamente un economista o un financiero) que un sistema económico puede funcionar con una única mercancía global cuyo precio se fija por decisión administrativa, se sitúa cerca de 0 y no experimenta los vaivenes propios del mercado, es decir, no responde a desajustes entre oferta y demanda? Parece lógico pensar que los factores de ruptura del sistema se sitúan ahí, en el precio del dinero y en la multitud de variables que se organizan a su alrededor.

Hay que volver a ello, pero conviene recuperar para esta reflexión otras dos referencias determinantes del rumbo actual del capitalismo: la fiscalidad y las condiciones laborales. En términos resumidos, la fiscalidad se ha ido acomodando a la conveniencia del gran capital, que practica un fraude generalizado, multiplica los paraísos fiscales y extrema su ubicuidad impositiva. En los mismos términos, las nuevas condiciones laborales se pueden sintetizar a través de la precariedad, la temporalidad, el desplazamiento masivo de actividades hacia territorios de bajos salarios, la caída generalizada de las remuneraciones y la sustitución creciente de trabajo actual (empleo) por trabajo pasado (aparataje diverso disponible; el proceso que para simplificar se denomina robotización). 

Pagar menos impuestos significa menos recursos para el sector público, al que se obliga a restringir su capacidad de inversión y de consumo. Comprimir el mercado laboral reduce la capacidad de consumo de la mayor parte de la población, precisamente aquella que tiene una mayor propensión al gasto. Si las variables críticas para el funcionamiento del capitalismo muestran semejantes tendencias descendentes, todo conduce a pronosticar un 'encefalograma plano'. Sin consumo público y privado, sin inversión pública y con una inversión privada que privilegia las operaciones irracionales gracias al dinero barato, el sistema camina hacia el colapso. 

Quienes forman parte de él en posiciones subordinadas, como las clases medias que entran en pánico y votan por Trump o escogen a la extrema derecha en Europa, o como la "clase trabajadora" que retrata Owen Jones en "Chavs", tienen pocas opciones de defensa y, desde luego, todas ellas pasan por hacer frente de manera organizada a la deriva descrita. Quienes, como los grandes operadores del capital especulativo, ocupan la posición hegemónica, disponen de unos medios que son cada día más numerosos e identificables, con un núcleo central que es la ubicuidad: la libertad de movimientos de los capitales a escala mundial, la libertad para remitir sus ganancias a los paraísos fiscales, la libertad para reubicar sus actividades allí donde encuentran las condiciones más favorables, e incluso la libertad de instalarse a vivir lejos de los avatares y las tensiones de sus sociedades de origen en proceso acelerado de empobrecimiento.  

LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA QUE HA AMPARADO LA CONSTRUCCIÓN DEL ESTADO DE BIENESTAR DENTRO DEL ESTADO-NACIÓN HA SIDO LA DEMOCRACIA LIBERAL. EL ELEMENTO DE COHESIÓN DE TODO EL CONJUNTO HA SIDO EL PACTO SOCIAL ENTRE PATRONOS Y TRABAJADORES

Llegados a este punto surge necesariamente la cuestión político-institucional. La institución clave de toda la primera época del desarrollo capitalista ha sido el estado-nación. La organización política que ha amparado la construcción del Estado de bienestar dentro del estado-nación ha sido la democracia liberal. El elemento de cohesión de todo el conjunto ha sido el pacto social entre -simplificando- patronos y trabajadores. ¿Qué queda hoy de todo esto y, sobre todo, qué necesidad tiene el capital especulativo de mantener estos parámetros?

¿Pacto social? Su papel ha sido el de garantizar la armonía entre la supervivencia de los trabajadores y los intereses del capital, intentando generar una corriente continua de aumento del bienestar social y de crecimiento de los beneficios de las empresas. Cuando estas últimas se pasan masivamente a los negocios especulativos y relocalizan sus actividades productivas en países con mercados laborales sin protección alguna, el único ámbito en el que propulsar alguna forma de pacto social es el de aquellas actividades que siguen produciendo bienes y servicios in situ, sin relocalizarse en lejanos territorios. Pero este segmento capitalista opera en unos mercados marginales, en los que la ausencia de regulación y la masiva disponibilidad de mano de obra facilitan la imposición de condiciones ajenas a cualquier entendimiento entre las partes. Aquí surgen ahora los conflictos sociales entre capital y trabajo, pero nada de lo que acontezca tiene por qué resolverse en el marco de un acuerdo global; si acaso, basta con negociaciones parciales y ocasionales. El pacto social, tal como se ha conocido, deja de ser funcional para el capital y su contraparte, desprovista además de sus herramientas de lucha tradicionales -los sindicatos -, lleva todas las de perder. Fin del pacto social. 

¿Democracia liberal? Si la democracia representativa ha permitido situar la negociación política como eje de la vida social y como vía de instrumentalizar acuerdos, la desaparición de la necesidad de pactar las formas de generación y de distribución de la riqueza nos acerca de manera muy rápida a la obsolescencia de las prácticas democráticas. No hay nada que negociar, por tanto para qué establecer un marco que regule esas negociaciones inútiles. Si el marco existe, como es el caso en los países occidentales, no tiene interés su pervivencia y se lo puede dejar languidecer hasta su completa extinción, o, al menos, hasta que solo conserve la apariencia tras cuya fachada se esconde un vacío real y una evidente inutilidad práctica. En último extremo, nuevas formas de representación política, como las que propugna la extrema derecha, pueden dar por liquidado este sistema. Fin de la democracia representativa.

¿Estado-nación? Finalmente, el envoltorio que se inventó para acoger estas formas de vida social avanza inexorablemente hacia su extinción. La pérdida de la democracia liberal y la inutilidad de los pactos son un preaviso de que el estado-nación está dejando de ser útil. La puntilla se la da la ubicuidad de los capitalistas especulativos del siglo XXI. Si ellos se mueven por el mundo y todos sus intereses son extremadamente volátiles desde el punto de vista de las fronteras nacionales, ¿qué función cumplen éstas en la nueva época del capitalismo? Para los especuladores tales fronteras son un obstáculo ya superado, con lo que su utilidad se va limitando cada vez más a los campos de la 'seguridad nacional' y del mantenimiento del orden social. Ni siquiera es ya el ejército el aparato del estado que ejerce de núcleo duro, sino más bien las fuerzas del orden y los servicios de inteligencia, cuyas funciones están nítidamente dirigidas hacia el interior, hacia esa estructura social cuya vida languidece pero puede dar origen a revuelos peligrosos. Desde luego, cualquier revuelta contra las consecuencias de esta  deriva del capitalismo del siglo XXI tendrá que nacer dentro de los estados-nación, organizarse a escala supra-nacional y promover respuestas internacionales, de manera que el desafío que el capital puede temer es ante todo materia policial y de inteligencia, no militar. Fin del estado-nación. 

¿CÓMO LE EXPLICAN A UNA PERSONA DE 45 AÑOS, POR EJEMPLO, QUE ES AL TIEMPO MUY JOVEN PARA JUBILARSE Y MUY MAYOR PARA TRABAJAR?

Panorama complejo, pero sobre todo malla inextricable de elementos cuya apariencia es a menudo suficiente para esconder lo esencial: parece que vivimos temporalmente peor, como consecuencia de 'la crisis', pero teóricamente esto se supera y asunto resuelto. Sin embargo, el tiempo pasa y la realidad combina dos caras complementarias que componen otro panorama, diferente de eso que se denomina 'crisis'. Por un lado está la propia vivencia de la gente: ¿cómo le explican a una persona de 45 años, por ejemplo, que es al tiempo muy joven para jubilarse y muy mayor para trabajar? La explicación de las consecuencias de tal cosa, aparentemente en el terreno de la psicología, tiene que construirse verdaderamente en términos de sociología: no se trata de una posible depresión individual sino de un proceso sostenido y masivo de exclusión, que se prolongará de manera indefinida en el tiempo. Por otro lado están los especialistas, los que entienden de la cosa, que van multiplicando últimamente las advertencias pero no se atreven a ir más allá de una descripción lineal: "la crisis puede rebotar en cualquier momento", es decir, la crisis de 2008, de la que vamos saliendo poco a poco, puede mostrar de nuevo su cara, quizás algo diferente. Prácticamente ninguno de esos especialistas quiere advertirnos de la existencia de un fenómeno de ruptura, que abre una nueva época del sistema, no una crisis circunstancial. Se atreven a ir enunciando en una lista desordenada una serie de factores críticos pero se niegan a organizarlos en un todo coherente y asumir que es una nueva época, que esos factores configuran una nueva realidad y han venido para quedarse.  

Y en España nos encontramos con una de las versiones más extremas, no en términos de transformación estructural, que es más o menos la misma en todo el mundo, sino en el ritmo y la intensidad del empobrecimiento y de la exclusión. No es extraño, puesto que arrancamos desde una posición menos sólida, más vulnerable y de inferior riqueza material acumulada que en otros países del entorno europeo. 

Si se quiere avanzar en la comprensión de la situación carece de sentido enredarse en variaciones ocasionales del crecimiento, en cifras sin contexto cuyo aumento se toma como indicador de buena salud económica, o bien en la peor condición de otros países o en la aparición de tendencias adversas generales. Para España, la descripción del momento social es fácilmente condensable en pocos términos: los beneficios de las grandes empresas crecen sin freno, los presupuestos públicos se someten a permanente escrutinio para impedir que suban, todos los programas sociales en consecuencia se comprimen, la remuneración del trabajo disminuye, el empleo se contrae y el empobrecimiento invade ya el espacio de las clases medias. Pero lo más importante está en algo que hay que repetir hasta la saciedad: esto no es el "legado de la crisis", esto constituye la esencia de la prolongada primera fase de la nueva época del capitalismo, esa que iniciaron Reagan y Thatcher en los primeros ochenta del siglo XX.

EL PACTO SOCIAL NO ESTÁ EN LA AGENDA DE LOS PAÍSES NI EN LA DE LA UNIÓN EUROPEA. EL RETROCESO DEMOCRÁTICO ES CADA DÍA MÁS VISIBLE, EN LOS PAÍSES MIEMBROS Y EN LA UE

Desde esta óptica, tiene todo el sentido avanzar hacia la internacionalización. El pacto social no está en la agenda de los países ni en la de la Unión Europea. El retroceso democrático es cada día más visible, en los países miembros y en la Unión. El estado-nación termina por ser el territorio en el que el empresariado hegemónico se limita a mantener el control y también por convertirse en un corsé para quienes intentan superar las consecuencias más temibles de la nueva situación. De hecho, cada vez menos cuestiones cruciales se dirimen dentro de los límites de los estados, mientras los poderes supra-nacionales se dividen entre el que ejerce la UE como vigilante del orden establecido y el que ejerce el 'cuartel general de la oligarquía financiera internacional' para determinar qué se puede y qué no en el espacio económico-financiero. 

Solo un contrapoder de los perjudicados organizado a escala internacional puede situarse en posición de fuerza para revertir las tendencias descritas. Van apareciendo y multiplicándose los intentos de ir por este camino, pero por ahora no pasan de ser esbozos sin concreción real. La necesidad de avanzar en la gestación de una sociedad inclusiva es cada vez mayor y nos interpela a todos, a quienes ya estamos comprometidos con ello y también a quienes tienen que ir asumiendo el reto de frenar una transformación estructural que nos empobrece y nos excluye.

 

(*) Jacinto Vaello es economista, colaborador del Banco Mundial, del Banco Europeo de Inversiones y de consultoras internacionales.


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