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La impotencia política

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Por Esteban Valenti (*)

La política logra darle otros significado a los vocablos, a veces los enaltece, otras simplemente los deforma y en algunos casos los precipita en la basura. Depende donde, cuando y quien los diga.

La Real Academia define la impotencia como: "Falta de poder para hacer algo" Obviamente excluyo las acepciones sexuales.

Partiendo de la definición más clásica de que la política es "el arte de lo posible", con la cual no concuerdo por su sentido restringido, pero es obvio que la impotencia puede definirse como una de las más graves enfermedades de la política, equivale al estancamiento, a la parálisis, al inmovilismo.

Hoy en el Uruguay hay en vastos sectores de la sociedad uruguaya una profunda sensación de impotencia, y simultáneamente de falta de ganas. Son todas enfermedades de la misma familia y que llevan a dos situaciones muy peligrosas, a la política apropiada por un reducido número de "especialistas" a toda prueba y por otro lado a la resignación de parte de muchos ciudadanos  que se alejan de la política en general. Se sienten impotentes de cambiar las cosas, de cambiar la percepción, la sensibilidad, la capacidad de respuesta de los políticos.

Todos miramos esperanzados que la proximidad de las fechas electorales, sobre todo las obligatorias, de octubre y noviembre cambien radicalmente la situación. Pero podría ser simplemente una apariencia, números deformados por el reflejo condicionado, de presentarnos legalmente ante las urnas, pero en el fondo podríamos estas acumulando en diversos sectores y con visiones incluso muy variadas un bolsón de indiferentes y de desinteresados cada día más totales de la política. Sobre todo de la política tradicional, en el más amplio sentido de la palabra tradicional.

Es un fenómeno que en algunos países tiene muchas décadas y va en aumento, pero que en Uruguay emergió en los últimos años. ¿Cuáles son sus causas y sus posibles consecuencias?

La cantidad de frases famosas sobre las maldiciones que nos caerán sobre nuestras cabezas por replegarnos y entregar la política a "otros", son interminables. Mejor tratemos de razonar nosotros mismos.

La sensación de que habiendo ocupado el gobierno nacional los tres grandes partidos, incluso el hecho de que el Frente Amplio lo está haciendo durante tres periodos consecutivos, lo que le hubiera permitido desplegar todas sus virtudes y, mirar hoy la realidad de un país donde muchas cosas han cambiado, en el buen sentido de la palabra, sobre todo en los primeros 5 años, cuando el ímpetu por el cambio estaba intacto pero, que al final de su tercer periodo del FA, otros tres periodos del Partido Colorado y uno del Partido Nacional, han dejado pendientes problemas, trabas, patologías intactas para este pequeño gran país, que alimentan el sentido ciudadano de la impotencia.

No tomen en cuenta solo los que declaran en las encuestas que votarán en blanco, anulado o no saben que votar, luego de las varias repreguntas, o los famosos indignados, consideren vuestra propia experiencia personal y familiar, pregúntense ¿Cuánta gente conocen que se alejó de la política o le ha quitado importancia a la política en su vida?

En general este tipo de procesos que se han dado en diversos países del mundo, en particular en Europa en los últimos años, han llevado al crecimiento de las fuerzas más conservadoras. No es casual.

Es que la política es una de las expresiones más civilizadas de la cultura universal y expresa también los niveles alcanzados por las sociedades, los que se repliegan son en general dos extremos, los más cultos y sensibles que sienten la impotencia como una gran derrota personal y las víctimas más débiles y más afectadas en sus vidas por el empobrecimiento de la política, que se repliegan en su resignación. Obviamente no hay proporciones "universales" pero se puede tener una idea siguiendo la involución en países como Italia, como Francia, e incluso como los Estados Unidos.

Hay países donde la prostitución de la política desde el poder va desgastando al conjunto de la sociedad a niveles de desesperación, como en el caso de Venezuela. Y ese es precisamente el plan, la destrucción de toda expectativa y la reducción de la política a un sistema de supervivencia social básica, aplicada desde el poder cívico-militar. Ya ni siquiera hay discursos delirantes y ridículos, simplemente funciona la aplanadora que destruye todo sentido de oportunidad de cambiar. La emigración masiva es la máxima expresión de ese proceso destructivo de la nación.

La política es vital para el Uruguay, su propia identidad básica se ha construido sobre el discurso político y fue siempre una construcción ideológica, política y cultural que ni siquiera la brutalidad de la dictadura logró interrumpir.

La izquierda hizo su aporte desde hace muchas décadas a la construcción de ese relato, desde la propia política, desde la cultura y el arte, desde sus intelectuales, desde su prensa y desde el llano durante décadas y desde el gobierno hace 28 años, si tomamos como punto de referencia el gobierno de Montevideo a partir de 1990.

Antes, los dos relatos dominantes en nuestra historia habían construido ese proceso, con duros enfrentamientos políticos, militares, parlamentarios,  culturales, historiográficos, narrados y novelados. Los colorados y los blancos alimentaron esa política, con discursos y aportes de muy buen nivel, en cada una de esas disciplinas.

La crisis actual del relato político en su conjunto, su impacto negativo en la sociedad, en su cultura, en la prensa, en el debate parlamentario y que alimenta la oscura caverna de la impotencia comenzó hace básicamente una década. Cuando la política comenzó su lento y pronunciado deterioro y se agudizó en el último lustro.

Un sector importante de la ciudadanía no confía en que los políticos serán capaces de resolver los nuevos problemas que han explotado en la sociedad uruguaya, la inseguridad, las carencias educativas, la corrupción y la falta de ética y la violencia creciente. Incluso una de las trabas principales, el trabajo, el valor y el empeño de los uruguayos por el trabajo físico e intelectual ni siquiera figura con un mínimo de exigencia en la agenda nacional. Nos sobrevuela y en cierta manera hay sectores muy amplios de la sociedad uruguaya que consideran sus crecientes carencias como lo más normal del mundo. Es más aspiran a subirse a ese carro.

Asumamos que todos sabemos y podemos llegar a comprender que cada gobierno, cada partido tiene su programa y sus ideas para la conducción económica, para afrontar los problemas sociales, las desigualdades, el nivel de funcionamiento adecuado de los principales servicios y que se esmeran, nos esmeramos al máximo por exponerlas y embellecerlas en la campaña electoral.

¿Cómo podrán cautivar, en serio, "enamorar" mínimamente, no digo despertar pasiones, sino al menos un mínimo de atención que rompa la impotencia cuando hace 38 años que gobiernan y con un recreo expresado por el primer gobierno del FA (2005-2010) lo que se administró fue la decadencia del país.

Salimos de la dictadura pletóricos de esperanzas, con la convicción social y cultural más profundo que entre todos podíamos construir un país de avances, de resultados, de bienestar para sus habitantes, de justicia y libertad. Y aquí estamos, chapoteando en debates ramplones, explicando lo inexplicable.

Si hubiera que elegir un hilo conductor para esta importancia colectiva que se ha vuelto a apropiar del país, yo diría que la combinación entre la corrupción y la inseguridad son los dos factores determinantes. Ninguno de los grandes quedó libre de la corrupción y ese es el mayor deterioro que ha sufrido la política en muchas décadas.

No hay una sola impotencia, pero leyendo los cientos de mensajes que hemos recibido en estos días, se puede encontrar que la inmensa mayoría se siente defraudada por esa palabra, ese concepto: la corrupción.

La inteligencia media de los ciudadanos comprende perfectamente que no hay ninguna manera de barrer con la inseguridad, con las redes grandes, medianas y pequeñas de la delincuencia e incluso con los delincuentes solitarios si en el poder anida la corrupción. Escuchen con atención los discursos principales de los grandes partidos, y verán una ausencia comprensible y deplorable sobre la corrupción.

La impotencia no se combate huyendo, sumándose a ella y disparando bronca y asco frente a esos procesos, menos aun regalando esas banderas a los conservadores y a la derecha, como todas las batallas importantes, se resuelven con firmeza, con ideas, con visión estratégica, y diciendo alto y claro los que otros no quieren escuchar. Aunque duela.

  (*) Periodista, escritor, militante político, director de UYPRESS y BITACORA. Uruguay


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