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Dos Poemas

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Por Daniel Vidart (*)

 

LA CASA

Esta es la casa,

sobre su piel

se abre el arcoíris

de la lluvia,

late su corazón

en la dorada salamandra del fuego

y en su desván, tiniebla tras tiniebla

se oxidan las tenaces sustancias

del olvido, las memorias anuales

del júbilo y del llanto.

 

La casa vive, respira,

se queja por la noche

con los tenues crujidos

de los muebles,

oculta los secretos de remotos cajones

encubre las arañas

que tejen el patíbulo

de la mosca inocente y maldecida,

le da un dios tutelar a cada niño,

y ayuda a nacer, a morir,

a conciliar el sueño,

condolida de la agria,

de la terca soledad del habitante.

 

 

Los  domingos, cuando todos menos uno salen

se siente su temblor animal,

se respira su aroma de rosa polvorienta,

se toca su raíz

de piedra misteriosa.

 

Sin que nadie lo ordene

con manos invisibles

reparte las brisas familiares

en la tarde otoñal de los pasillos

y en la aseada ternura

de los cuartos.

 

A veces, cuando está tan quieta,

tan ensimismada

y pura

se oye cantar a su silencio

como  si fuera

el rumor melancólico

de un caracol marino.

 

Entonces el hombre

solo y para siempre solo,

el exiliado en su reino

la alimaña más triste y violenta

de la Tierra,

al escuchar esa voz le entrega

la llave verdadera de una lágrima.

...

 

EL ARROYO

¿De dónde vienes, arroyo

agua con cintura hermosa

saltando como un pájaro con frío?

Entre los cerros brota

tu camino de luz ensortijada,

con pies de vidrio baja

a los campos guardados por el toro,

escribe lentas letras en la hierba,

despierta al hombre,

trabaja en los molinos,

moja a mi verde patria y la reparte

en cuatro rumbos por el aire puro.

 

Pasas a mi lado,

siento tu vihuela, tu avispa, tu palabra

de obrero misterioso,

escucho

el susurro frugal de tu vestido.

 

Tus dientes

muerden el pecho de la tierra,

cruje el pan de los guijarros

bajo el talón helado de tu prisa,

el ave de la arena vuela y canta,

toda la vida cabe en tu apogeo.

 

Y así corres y corres

bajo el techo del viento,

corres enhebrando puentes,

visitando a los pueblos

solitarios,

corres como un tren de plata

bajo la sangre triste

de la luna,

corres lleno de peces,

de pedazos de mundos, de máquinas azules,

de sombras y de besos.

 

Me acerco a ti y te toco,

tus aguas llevan

una flor al hombro, llevan

una espada mordida por la noche,

llevan un dios, un ave, una sonrisa

caída del balcón del arcoíris.

 

Arroyo precursor, lengua llameante

del perro del verano,

agua mortal, contigo van mis pasos

hasta el mar que combate con los truenos

 

(*) Daniel Vidart. Antropólogo, docente, investigador, ensayista y poeta


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