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Una internacional imprescindible

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Por Esteban Valenti (*)

Es, en cierta manera un poco insólito pero el llamamiento para formar una Internacional Progresista, partió nada menos que desde los Estados Unidos y, entre sus principales figuras aparece el senador demócrata y ex candidato liberal (en el sentido norteamericano del térmico: progresista) a la presidencia de los EE.UU. Bernie Sanders. Una señal más de los nuevos tiempos.

"Hay una guerra global en marcha contra los trabajadores, contra el medio ambiente, contra la democracia, contra la decencia. Una red de facciones derechistas se está extendiendo a través de las fronteras para erosionar los derechos humanos, silenciar la discrepancia y promover la intolerancia. Desde 1930 la humanidad no se enfrentaba a una amenaza así", expresa el llamamiento a la formación de la nueva Internacional.

La fecha elegida para la comparación no es casual, corresponde a la peor crisis del capitalismo de 1929, con impactantes consecuencias sociales en todo el mundo, en particular en los países centrales, EE.UU. y Europa y que en el plano político dieron fuerte impulso al surgimiento del fascismo y el nazismo y del lado más oscuro del imperialismo japonés. Es decir comenzaron a preparar la peor guerra de la historia de la humanidad, la 2da. Guerra Mundial (1939-1945).

En el llamamiento se hace expresa mención  a un 'new deal' contra el populismo 2019: guía política global para un año de lucha de potencias y de clases, la democracia es frágil. Qué hay detrás del discurso del odio.

New Deal es el nombre que el presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt dio a su política intervencionista por parte del Estado puesta en marcha para luchar contra los efectos de la Gran Depresión.

En las imágenes difundidas aparecen junto a Sanders el economista Yanis Varoufakis, ex ministro de economía de izquierda de Grecia y la alcaldesa de Barcelona Ada Colau, que declaró:  "Hemos visto a minorías privilegiadas que se están bunkerizando para mantener sus privilegios, por un lado, y una extrema derecha que crece con ese acento populista, pero también con un trasfondo muy establishment, que tiene mucho dinero detrás y que se está coordinando a nivel internacional, compartiendo estrategias. Si se organiza la extrema derecha, no puede ser que los movimientos sociales de cambio no lo hagan".

No hay mucho para especular, en la propia España el grupo de ultra derecha Vox eligió por primera vez consejales en Andalucía, pero los pesos pesados de este proceso son sin duda Donald Trump, Jair Bolsonaro en Brasil y el vicepresidente italiano Matteo Salvini. Aunque existen figuras y movimientos de este tipo de diversos países de Europa, de América Latina y de Asia.

Steve Bannon, ex asesor de Donald Trump, está trabajando intensamente para formar un bloque de extremistas diversos en la Unión Europea y no se trata solo de una ofensiva política. Marine Le Pen abre una escuela superior para formar líderes políticos y empresariales.

En América Latina, la expresión más visible de este profundo cambio de rumbo es luego de 4 gobiernos del PT, la asunción a la presidencia con el 55% de los votos en segunda vuelta de Jair Bolsonaro, un oscuro capitán del ejército, con 29 años de diputado federal casi desconocidos, elegido con el apoyo de la gran oligarquía paulista y agraria, las iglesias evangelistas mediáticas y la inteligencia y la capacidad política de las Fuerzas Armadas. Es el cambio más radical y significativo de todos en América Latina.

El rol de los nuevos evangélicos, con una bancada de 87 diputados y tres senadores, incluso con el alcalde de Río de Janeiro Marcelo Crivella y con una red impresionante de canales de televisión, audiciones y una estructura capilar con más de un millón y medio de seguidores tuvo un papel muy importante en el triunfo de Bolsonaro.

Para el politólogo de la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM) Max Quitral, la iglesia evangélica ha logrado mayor influencia, más allá del culto, porque ha hecho una apuesta por su discurso en los medios de comunicación, sobre todo televisión y prensa, "para instalar su visión conservadora de los temas valóricos y éticos que están en el debate público".

En países como Costa Rica, República Dominicana, y Perú los evangélicos han liderado las movilizaciones en contra del movimiento LGBTI. En Colombia, se asociaron con el ex presidente Álvaro Uribe y ejercieron un papel fundamental en la derrota del plebiscito para de los Acuerdo de Paz, en 2016, y en la victoria del conservador Iván Duque en los comicios del pasado junio.

En México por su parte apoyaron sin embargo la candidatura de AMLO, López Obrador.

El monopolio del catolicismo en la política, que hasta hace unas décadas no tenía competencia, se rompió para cederle terreno al evangelismo, que ha penetrado con especial fuerza en las clases más bajas de la sociedad. A ello hay que agregar que la gran ofensiva de Juan Pablo II contra la Teología de la Liberación, que tenía un gran peso en Brasil y en América Latina, abrió un gran espacio que ha sido ocupado por estas iglesias evangélicas, que actúan en casi todos los países de la región. Incluso en Uruguay.

Esta notoria ofensiva ultraderechista con resultados espectaculares en EE.UU. Europa y América Latina es el impulso para la creación de una red global de izquierdas que enfrente esta marea.

A la reunión de Vermont asistieron desde el economista Jeffrey Sachs hasta el alcalde de Nueva York, Bill de Blasio, pasando por la actriz y ex candidata a gobernadora del Estado homónimo, Cynthia Nixon, entre otros. Una de las preguntas razonables sobre esta iniciativa es en qué medida comparten características el auge populista de Brasil y el de Estados Unidos, por ejemplo, o si la tradición socialdemócrata de posguerra en Europa se puede equiparar al movimiento liberal norteamericano (liberal en el sentido estadounidense de la expresión, es decir, progresista). En resumen, si las ideas de una Internacional Progresista pueden funcionar a ambos lados del Atlántico. El caldo de cultivo que ha favorecido este movimiento, para empezar, es el mismo. Y los programas de Sanders y del nuevo partido DiEM25 de Varoufakis -elaborados de forma independiente antes de esta alianza- guardan muchas similitudes. El del estadounidense es heredero del New Deal y la Great Society, y el del griego, de la cultura del Estado de bienestar con que se construyó la Europa moderna.

Para James K. Galbraith -hijo de John K. Galbraith e integrante de esa esfera de economistas progresistas estadounidenses que incluye al citado Sachs-, el New Deal traza el mejor paralelismo histórico con la nueva Internacional Progresista, porque fue "un programa completo y muy imaginativo de acción pública con el objetivo de superar una gran crisis y servir de alternativa al fascismo, que era la gran alternativa, entonces y ahora".

Pero el New Deal de los años treinta-cuya traducción literal es "nuevo acuerdo"- consistió en un programa económico intervencionista lanzado por el presidente Franklin D. Roosevelt para superar la Gran Depresión, la gran crisis económica que liquidó el 27% del producto interior bruto de EE UU entre 1929 y 1933 y disparó el nivel de desempleo del 3% al 25% en el país. El lanzamiento de la Internacional Progresista, sin embargo, hoy tiene lugar en un momento en el que ese mismo país tiene la tasa de desempleo más baja desde la guerra de Vietnam y atraviesa el segundo mayor periodo de expansión económica de su historia, solo superado por los 120 meses consecutivos de crecimiento en los noventa. ¿Por qué un New Deal ahora?

Tras el crash de 1929 y la II Guerra Mundial, con el impulso de las políticas keynesianas (inspiradas en el economista John M. Keynes, que defendía las políticas públicas y monetarias de estímulo en épocas de crisis), hubo tres décadas de enorme esplendor económico en EE UU que convencieron de una certidumbre a las familias: un joven podía dejar el instituto y encontrar un buen empleo en la fábrica de su ciudad, y con su sueldo comprar una casa, conducir un Ford y criar a sus hijos. Hoy, 10 años después del estallido del último crash financiero y del inicio de la Gran Recesión, aunque las grandes cifras macroeconómicas estén más que recuperadas, la clase trabajadora sigue presa de la incertidumbre.

La Gran Recesión ha puesto fin a la idea de redistribución espontánea de la riqueza.

Si la Gran Depresión demostró que la economía no se corrige sola, la Gran Recesión ha puesto fin a la idea de redistribución espontánea de la riqueza, ese llamado trickle-down (goteo) del crecimiento. En ese mar revuelto se han lanzado a pescar líderes populistas conservadores en América y Europa. Y en este contexto se explican estos llamamientos a un nuevo New Deal, de hecho un Green New Deal para ser exactos, como especifica el manifiesto de la Internacional Progresista, porque tiene un marcado acento en las políticas medioambientales.

El verdadero populismo, defiende el economista Dani Rodrik, tiene más que ver con Roosevelt que con Trump. En un artículo publicado en febrero en The New York Times, el profesor de Harvard recuerda que el populismo (término que en EE UU no tiene las mismas connotaciones peyorativas que en otros países) empezó a germinar a finales del siglo XIX, al calor de los movimientos de trabajadores y granjeros, y, como hoy, fue una respuesta a la ola de globalización que se vivía en aquel momento y que también causaba daños colaterales. Culminó con el New Deal. "La lección histórica consiste no solo en que la globalización y el rechazo social están íntimamente ligados", reflexiona Rodrik, "sino que ese tipo de populismo malo engendrado por la globalización puede requerir un tipo de populismo bueno para ahuyentarlo".

Galbraith cree que plataformas como la de Sanders y Varoufakis beben tanto de esa tradición populista de hace 100 años como del progresismo de principios del siglo XX que propugnaba una mayor regulación y control público del capitalismo desbocado. "Su objetivo es contener la Internacional Nacionalista que está prendiendo en Europa y en EE UU, que amenaza con la represión de los movimientos sociales y con la liberación del capitalismo sin control", apunta.

Como puede apreciarse se trata desde el punto de partida del surgimiento de temas de intenso debate. El retroceso de las izquierdas y el progresismo están asociadas por ejemplo a errores propios importantes en sus gestiones de gobierno, en particular en América Latina, pero también en Europa, aunque con características y bases diferentes.

Si la izquierda no incluye en sus análisis una fuerte dosis de crítica y de autocrítica y solo se dedica a la denuncia de las barbaridades de la ultraderecha, repetirá los errores cometidos en la década de los 30 del siglo pasado.

Y en ese sentido hay dos aspectos que deberían estar en el centro de las definiciones progresistas, la lucha contra la corrupción y la inmoralidad que le han hecho tanto daño a la democracia y a la izquierda y asociado con lo anterior la existencia y el apoyo a regímenes dictatoriales que invocan su condición de izquierda, como por ejemplo Nicaragua y Venezuela.

En Uruguay, por ahora el único sector político que solicitó su participación en la Internacional Progresista ha sido Navegantes, integrante de La Alternativa. Demás está decir que ninguna fuerza de izquierda tradicional de Uruguay participó en la reunión de Vermont aunque sea como observadora. Seguramente demasiado ocupadas en el Foro de San Pablo...

 

www.progressive-international.org

 

(*) Periodista. Escritor. Director de Uypress y Bitácora. Uruguay